} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: UN CAMBIO VERDADERO (7)

sábado, 7 de julio de 2018

UN CAMBIO VERDADERO (7)



 El entendimiento que tengamos acerca de Dios según la enseñanza de la Palabra es de suma importancia. El Dios de la Biblia es Creador y Señor, y aun así su soberanía algunas veces  es negada en la propia iglesia. El que los cristianos se resistan a creer en la soberanía de Dios en la creación o la salvación es en realidad jugar con ideas paganas. Muchos cristianos pudie­ran honestamente tener dudas acerca de la soberanía de Dios, pero, deberá preocuparnos, cuando mantienen una fuerte y te­naz negación de la soberanía de Dios en estos antes aspectos mencionados. Al bautizar a una persona con tales convicciones, es como bautizar a un corazón que de alguna manera todavía tiene algo de incredulidad. El admitir así a una persona para ser miembro de una iglesia es como reafirmarla que están confian­do en Dios, cuando en realidad no lo está.
Pero así como es de peligroso esta resistencia a la soberanía de Dios en cualquier cristiano, es aún más en el liderazgo de una congregación. El nombrar a una persona como un líder que duda de la soberanía de Dios o que no comprende seriamente la enseñanza bíblica en lo relacionado con estos temas, es permitir que sea un mal ejemplo de alguien que en realidad no está de­cidido a confiar en Dios de manera total. Un nombramiento de esa naturaleza limita el desarrollo de la iglesia.
Hoy en día, nuestra cultura nos motiva demasiado a con­vertir el evangelismo en anuncios publicitarios, explicando el trabajo del Espíritu en términos de mercadeo. Algunas veces hacen de Dios una imagen humana. En tales tiempos, una igle­sia saludable debe ser especialmente cuidadosa para orar por líderes que tengan la comprensión bíblica total en su vida de la soberanía de Dios y un compromiso a la sana doctrina en toda su gloria bíblica. Una iglesia saludable está marcada por una predicación expositiva y una teología bíblica.
Es particularmente importante tener una teología bíblica en un área especial en la vida de la iglesia, esto es el entendimiento del evangelio o de las buenas nuevas de Jesucristo. El evangelio es el corazón del Cristianismo de forma que debe ser el corazón de nuestra fe. Como cristianos deberíamos orar para que pudié­ramos estar más interesados acerca de las maravillosas noticias de salvación a través de Cristo que de cualquier otra cosa en la vida de la iglesia. Una iglesia saludable está llena de personas que tienen un corazón por el evangelio, y tener un corazón por el evangelio es tener un corazón por la verdad, es decir, la pre­sentación de Dios mismo para nuestra necesidad, la provisión de Cristo y nuestra responsabilidad.
Presentar el evangelio como un aditivo que puede propor­cionar a los no cristianos algo que ellos naturalmente desean (gozo, paz, felicidad, satisfacción, auto estima, amor) es parcial­mente una verdad, pero definitivamente solo una verdad parcial. Como J. I. Parker menciona “una verdad a medias que se presenta como la verdad total viene a ser una mentira total.”
Fundamentalmente cada persona necesita el perdón. Ne­cesitamos vida espiritual. Presentar un evangelio menos radi­cal que esto, es obtener conversiones falsas y un incremento sin significado de la membresía de la iglesia, llevándonos ambos a desarrollar la tarea de evangelización al mundo alrededor de nosotros con mucha más dificultad.

Los miembros de nuestra iglesia diseminados en nuestras casas, oficinas, y vecindario verán, este mismo día, muchas más personas no cristianas, por mucho más tiempo, de lo que po­drán compartir con cristianos un domingo en la iglesia. Cada uno de nosotros tiene tremendas nuevas de salvación en Cristo. No cambiemos esta oportunidad de compartirlas por otra cosa diferente. ¡Y compartámoslas ahora!
“La máxima acusación que usted puede hacer en contra de una iglesia... es que tal iglesia carezca de pasión y compasión por las almas de las personas. Una iglesia no será mejor que un club ético si su identificación por las almas perdidas no se hace notar y no cumple la comisión de ir afuera a buscar las almas perdidas y traerlas al conocimiento del Señor Jesucristo.”
Una iglesia saludable conoce el evangelio, y asimismo, esta iglesia saludable lo comparte.
En el Nuevo Testamento hemos sido enseñados a no juzgar a otros, basándonos en las motivaciones que nosotros les imputemos a ellos (Mat. 7:1), o juzgarnos unos a otros acerca de asuntos que no son esenciales (Ro. 14-15). Este tema produce tensión a los pastores en cuanto a su aplicación, pero debemos recordar que la vida cristiana no es fácil en su totalidad y puede dar lugar a caer en abuso. Pero nuestras dificultades no deben ser usadas como excusa para dejar de lado aquellas cosas que debemos po­ner en práctica. Cada iglesia local tiene la responsabilidad de juzgar la vida y enseñanza que están desempeñando sus líderes, y aún de sus miembros, particularmente cuando dicho compor­tamiento llega a comprometer el testimonio de la iglesia, para la expansión del evangelio (Hech.17; 1 Cor. 5; 1 Tim. 3; Stgo. 3:1; 2 Pe. 3; 2 Jn.).
Algunos piensan hoy en día que un cristiano puede ser un “bebé espiritual” por el resto de su vida. Parece ser, que para algunos discípulos, el crecimiento lo miran como algo opcional y no necesario. Pero el crecimiento es señal de vida. Los árboles que tienen vida son aquellos que crecen, y los animales que tie­nen vida son aquellos que crecen. El crecimiento involucra un aumento y avance. En muchas áreas la experiencia nos muestra que cuando algo deja de crecer, se muere.
Pablo esperaba que los corintios crecieran en su fe cristiana (2Co. 10:15). Asimismo, él esperaba que los efesios “crecieran en Aquel que es la cabeza es decir, Cristo” (Ef. 4:15; Col. 1:10; 2Tes. 1:3). Pedro dio también esta exhortación a los primeros cristianos, “deseen con ansias la leche pura de la palabra, como niños recién nacidos. Así por medio de ella crecerán en su sal­vación” (1 Ped. 2:2). Es una tentación para los pastores reducir a la iglesia a un mero concepto estadístico de asistencia, bau­tismos, ofrenda y membresía, donde el crecimiento es tangible; sin embargo, tales estadísticas se quedan cortas del verdadero crecimiento del cual escribe Pablo, y el cual desea el Señor.
En su Tratado Concerniente a las Emociones Religiosas, Jonathan Edwards sugiere que el verdadero crecimiento en el discipulado cristiano no es finalmente una mera emoción, en la cual se aumenta el lenguaje religioso o se aumenta el conoci­miento de las Escrituras.

Ni es tampoco un evidente incremento en gozo o en amor o en la preocupación por la iglesia. Aún, el aumento en el celo y alabanza por Dios, o la confianza plena en nuestra fe no son evidencias infalibles del verdadero crecimien­to cristiano. ¿Entonces qué es? Según Edwards, aunque todas estas puedan ser evidencias de un crecimiento cristiano, el úni­co signo tangible y cierto es una vida de santidad ascendente, fundamentado en el concepto cristiano de morir a nuestro “yo.” La iglesia debe ser marcada por el cuidado vital de este creci­miento piadoso en la vida de cada uno de sus miembros.
En una iglesia con carencia de disciplina, los ejem­plos no son claros y los modelos son confusos. Ningún jardine­ro planifica el plantar hierba mala. La hierba mala es intrínse­camente indeseable, y ella puede producir malos efectos para las plantas que la rodean. El plan de Dios para la iglesia local no permite que dejemos la mala hierba sin ningún control.
Los buenos testimonios de una comunidad de creyentes con un compromiso fuerte pueden ser muy buenas herramien­tas en las manos de Dios para el crecimiento de su pueblo. A medida que el pueblo de Dios crece y se fortalece en santidad y entrega total de amor, debe mejorar su habilidad de administrar disciplina y motivar el discipulado. La iglesia tiene la obligación de ser un medio para que el pueblo de Dios crezca en gracia. Si en lugar de esto encontramos lugares donde solamente los pen­samientos del pastor son enseñados, donde Dios es más cues­tionado que adorado, donde el evangelio se diluye y el evange­lismo se tuerce, donde la membresía de una iglesia carece de significado, y un culto mundano alrededor de la personalidad del pastor es permitido, entonces será difícil esperar hallar una comunidad que sea unida o edificante. Tal iglesia ciertamente no traerá gloria a Dios.
Dios es glorificado en aquellas iglesias que están crecien­do. Este crecimiento puede verse de muchas maneras: por el incremento de personas que son llamadas al campo misione­ro; por miembros antiguos que son refrescados con un renova­do sentido de responsabilidad en su tarea evangelizadora; por miembros jóvenes asistiendo a funerales de miembros mayores motivados por el puro amor de los unos con los otros; por el au­mento en la oración, y un deseo de disfrutar más predicaciones; por las reuniones de la iglesia que se caracterizan por genuinas conversaciones espirituales; por un aumento en las ofrendas, y por ofrendantes dando sacrificialmente; por más miembros compartiendo el evangelio con otros; por padres redescubrien­do su responsabilidad de educar a sus hijos en la fe. Estos son solamente algunos ejemplos del tipo de crecimiento de iglesia por el cual los cristianos deben orar y trabajar.
Cuando vemos ciertamente a una iglesia que está compues­ta por miembros que están creciendo a la semejanza de Cristo ¿Quién se lleva el mérito o la gloria? “Dios... quien da el creci­miento. Así que no cuenta ni el que siembra ni el que riega, sino solo Dios quién es el que hacer crecer” (1 Cor. 3:6b-7; Col. 2:19). También la bendición final que Pedro escribió a los primeros cristianos fue expresada en modo imperativo: “crezcan en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. ¡A Él sea la gloria ahora y para siempre! Amén” (2 Pe. 3:18).

Pudiéramos pensar que nuestro crecimiento nos traiga gloria a nosotros mismos. Pero Pedro lo sabía mejor. “Mantengan entre los incrédulos una conducta tan ejemplar que, aunque los acu­sen de hacer el mal, ellos observen las buenas obras de ustedes y glorifiquen a Dios en el día de la salvación” (1Ped. 2:12). Ob­viamente, él recordaba las palabras de Jesús: “Hagan brillar su luz delante de todos, para que ellos puedan ver las buenas obras de ustedes”, aquí seguramente podríamos pensar que solamente quería hacer ver que es natural caer en la trampa de la auto-admiración, pero Jesús continuó: “y alaben al Padre que está en el cielo” (Mat. 5:16).  

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