El
entendimiento que tengamos acerca de Dios según la enseñanza de la Palabra es
de suma importancia. El Dios de la Biblia es Creador y Señor, y aun así su
soberanía algunas veces es negada en la
propia iglesia. El que los cristianos se resistan a creer en la soberanía de
Dios en la creación o la salvación es en realidad jugar con ideas paganas.
Muchos cristianos pudieran honestamente tener dudas acerca de la soberanía de
Dios, pero, deberá preocuparnos, cuando mantienen una fuerte y tenaz negación
de la soberanía de Dios en estos antes aspectos mencionados. Al bautizar a una
persona con tales convicciones, es como bautizar a un corazón que de alguna
manera todavía tiene algo de incredulidad. El admitir así a una persona para
ser miembro de una iglesia es como reafirmarla que están confiando en Dios,
cuando en realidad no lo está.
Pero así
como es de peligroso esta resistencia a la soberanía de Dios en cualquier
cristiano, es aún más en el liderazgo de una congregación. El nombrar a una
persona como un líder que duda de la soberanía de Dios o que no comprende
seriamente la enseñanza bíblica en lo relacionado con estos temas, es permitir
que sea un mal ejemplo de alguien que en realidad no está decidido a confiar
en Dios de manera total. Un nombramiento de esa naturaleza limita el desarrollo
de la iglesia.
Hoy en día,
nuestra cultura nos motiva demasiado a convertir el evangelismo en anuncios
publicitarios, explicando el trabajo del Espíritu en términos de mercadeo.
Algunas veces hacen de Dios una imagen humana. En tales tiempos, una iglesia
saludable debe ser especialmente cuidadosa para orar por líderes que tengan la
comprensión bíblica total en su vida de la
soberanía de Dios y un compromiso a la sana doctrina en toda su gloria bíblica.
Una iglesia saludable está marcada por una predicación expositiva y una
teología bíblica.
Es
particularmente importante tener una teología bíblica en un área especial en la
vida de la iglesia, esto es el entendimiento del evangelio o de las buenas
nuevas de Jesucristo. El evangelio es el corazón del Cristianismo de forma que
debe ser el corazón de nuestra fe. Como cristianos deberíamos orar para que
pudiéramos estar más interesados acerca de las maravillosas noticias de
salvación a través de Cristo que de cualquier otra cosa en la vida de la
iglesia. Una iglesia saludable está llena de personas que tienen un corazón por
el evangelio, y tener un corazón por el evangelio es tener un corazón por la
verdad, es decir, la presentación de Dios mismo para nuestra necesidad, la
provisión de Cristo y nuestra responsabilidad.
Presentar
el evangelio como un aditivo que puede proporcionar a los no cristianos algo
que ellos naturalmente desean (gozo, paz, felicidad, satisfacción, auto estima,
amor) es parcialmente una verdad, pero definitivamente solo una verdad parcial.
Como J. I. Parker menciona “una verdad a medias que se presenta como la verdad
total viene a ser una mentira total.”
Fundamentalmente cada persona necesita
el perdón. Necesitamos vida espiritual. Presentar un evangelio menos radical
que esto, es obtener conversiones falsas y un incremento sin significado de la
membresía de la iglesia, llevándonos ambos a desarrollar la tarea de
evangelización al mundo alrededor de nosotros con mucha más dificultad.
Los
miembros de nuestra iglesia diseminados en nuestras casas, oficinas, y
vecindario verán, este mismo día, muchas más personas no cristianas, por mucho
más tiempo, de lo que podrán compartir con cristianos un domingo en la
iglesia. Cada uno de nosotros tiene tremendas nuevas de salvación en Cristo. No
cambiemos esta oportunidad de compartirlas por otra cosa diferente. ¡Y
compartámoslas ahora!
“La máxima acusación que usted puede
hacer en contra de una iglesia... es que tal iglesia carezca de pasión y
compasión por las almas de las personas. Una iglesia no será mejor que un club
ético si su identificación por las almas perdidas no se hace notar y no cumple
la comisión de ir afuera a buscar las almas perdidas y traerlas al conocimiento
del Señor Jesucristo.”
Una iglesia
saludable conoce el evangelio, y asimismo, esta iglesia saludable lo comparte.
En el Nuevo
Testamento hemos sido enseñados a no juzgar a otros, basándonos en las
motivaciones que nosotros les imputemos a ellos (Mat.
7:1), o juzgarnos unos a otros acerca de asuntos que no son
esenciales (Ro. 14-15).
Este tema produce tensión a los pastores en cuanto a su aplicación, pero
debemos recordar que la vida cristiana no es fácil en su totalidad y puede dar
lugar a caer en abuso. Pero nuestras dificultades no deben ser usadas como
excusa para dejar de lado aquellas cosas que debemos poner en práctica. Cada
iglesia local tiene la responsabilidad de juzgar la vida y enseñanza que están
desempeñando sus líderes, y aún de sus miembros, particularmente cuando dicho
comportamiento llega a comprometer el testimonio
de la iglesia, para la expansión del evangelio (Hech.17;
1 Cor. 5; 1 Tim. 3; Stgo. 3:1; 2 Pe. 3; 2 Jn.).
Algunos
piensan hoy en día que un cristiano puede ser un “bebé espiritual” por el resto
de su vida. Parece ser, que para algunos discípulos, el crecimiento lo miran
como algo opcional y no necesario. Pero el crecimiento es señal de vida. Los
árboles que tienen vida son aquellos que crecen, y los animales que tienen
vida son aquellos que crecen. El crecimiento involucra un aumento y avance. En
muchas áreas la experiencia nos muestra que cuando algo deja de crecer, se
muere.
Pablo
esperaba que los corintios crecieran en su fe cristiana (2Co. 10:15). Asimismo, él esperaba que
los efesios “crecieran en Aquel que es la cabeza es decir, Cristo” (Ef. 4:15; Col. 1:10; 2Tes. 1:3). Pedro
dio también esta exhortación a los primeros cristianos, “deseen con ansias la
leche pura de la palabra, como niños recién nacidos. Así por medio de ella
crecerán en su salvación” (1 Ped. 2:2). Es una tentación para los pastores reducir a la iglesia a un
mero concepto estadístico de asistencia, bautismos, ofrenda y membresía, donde
el crecimiento es tangible; sin embargo, tales estadísticas se quedan cortas
del verdadero crecimiento del cual escribe Pablo, y el cual desea el Señor.
En su Tratado
Concerniente a las Emociones Religiosas, Jonathan Edwards sugiere que el
verdadero crecimiento en el discipulado cristiano no es finalmente una mera
emoción, en la cual se aumenta el lenguaje religioso o se aumenta el conocimiento
de las Escrituras.
Ni es
tampoco un evidente incremento en gozo o en amor o en la preocupación por la
iglesia. Aún, el aumento en el celo y alabanza por Dios, o la confianza plena
en nuestra fe no son evidencias infalibles del verdadero crecimiento
cristiano. ¿Entonces qué es? Según Edwards, aunque todas estas puedan ser
evidencias de un crecimiento cristiano, el único signo tangible y cierto es
una vida de santidad ascendente, fundamentado en el concepto cristiano de morir
a nuestro “yo.” La iglesia debe ser marcada por el cuidado vital de este crecimiento
piadoso en la vida de cada uno de sus miembros.
En una
iglesia con carencia de disciplina, los ejemplos no son claros y los modelos
son confusos. Ningún jardinero planifica el plantar hierba mala. La hierba
mala es intrínsecamente indeseable, y ella puede producir malos efectos para
las plantas que la rodean. El plan de Dios para la iglesia local no permite que
dejemos la mala hierba sin ningún control.
Los buenos
testimonios de una comunidad de creyentes con un compromiso fuerte pueden ser
muy buenas herramientas en las manos de Dios para el crecimiento de su pueblo.
A medida que el pueblo de Dios crece y se fortalece en santidad y entrega total
de amor, debe mejorar su habilidad de administrar disciplina y motivar el
discipulado. La iglesia tiene la obligación de ser un medio para que el pueblo
de Dios crezca en gracia. Si en lugar de esto encontramos lugares donde
solamente los pensamientos del pastor son enseñados, donde Dios es más cuestionado
que adorado, donde el evangelio se diluye y el evangelismo se tuerce, donde la
membresía de una iglesia carece de significado, y un culto mundano alrededor de
la personalidad del pastor es permitido, entonces será difícil esperar
hallar una comunidad que sea unida o edificante. Tal iglesia ciertamente no
traerá gloria a Dios.
Dios es
glorificado en aquellas iglesias que están creciendo. Este crecimiento puede
verse de muchas maneras: por el incremento de personas que son llamadas al
campo misionero; por miembros antiguos que son refrescados con un renovado
sentido de responsabilidad en su tarea evangelizadora; por miembros jóvenes
asistiendo a funerales de miembros mayores motivados por el puro amor de los
unos con los otros; por el aumento en la oración, y un deseo de disfrutar más
predicaciones; por las reuniones de la iglesia que se caracterizan por genuinas
conversaciones espirituales; por un aumento en las ofrendas, y por ofrendantes
dando sacrificialmente; por más miembros compartiendo el evangelio con otros;
por padres redescubriendo su responsabilidad de educar a sus hijos en la fe.
Estos son solamente algunos ejemplos del tipo de crecimiento de iglesia por el
cual los cristianos deben orar y trabajar.
Cuando
vemos ciertamente a una iglesia que está compuesta por miembros que están
creciendo a la semejanza de Cristo ¿Quién se lleva el mérito o la gloria?
“Dios... quien da el crecimiento. Así que no cuenta ni el que siembra ni el
que riega, sino solo Dios quién es el que hacer crecer” (1 Cor. 3:6b-7; Col. 2:19). También
la bendición final que Pedro escribió a los primeros cristianos fue expresada
en modo imperativo: “crezcan en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y
Salvador Jesucristo. ¡A Él sea la gloria ahora y para siempre! Amén” (2 Pe. 3:18).
Pudiéramos
pensar que nuestro crecimiento nos traiga gloria a nosotros mismos. Pero Pedro
lo sabía mejor. “Mantengan entre los incrédulos una conducta tan ejemplar que,
aunque los acusen de hacer el mal, ellos observen las buenas obras de ustedes
y glorifiquen a Dios en el día de la salvación” (1Ped.
2:12). Obviamente, él recordaba las palabras de Jesús: “Hagan brillar
su luz delante de todos, para que ellos puedan ver las buenas obras de
ustedes”, aquí seguramente podríamos pensar que solamente quería hacer ver que
es natural caer en la trampa de la auto-admiración, pero Jesús continuó: “y
alaben al Padre que está en el cielo” (Mat. 5:16).
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