} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: UN CAMBIO VERDADERO (8)

sábado, 7 de julio de 2018

UN CAMBIO VERDADERO (8)




CONVERSIÓN TEMPORAL, FALSA Y VERDADERA

     Qué queremos decir con “conversión”?  Dejar las anteriores maneras de vivir y comenzar una vida nueva es el primer ejercicio de la nueva naturaleza. Es la primera acción del alma regenerada de pasar de algo a algo. El término mismo sugiere que: conversión significa volverse de una cosa a otra. El término no es usado con frecuencia en las Escrituras, pero la verdad que la palabra connota y representa aparece constantemente.
Encontramos que en las Escrituras el término mismo es a veces usado de una manera general para referirse a cualquier acto de volverse. Por ejemplo, a veces es usado aun para referirse a un creyente. Nuestro Señor reprendió en una ocasión a Pedro y dijo: “Y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos” (Luc. 22:32). Estaba diciendo: “cuando vuelvas otra vez, cuando hayas dado vuelta”. Aquí la palabra no se refiere a la venida original de Pedro a la vida cristiana; ya la estaba viviendo, pero iba a extraviarse, iba a descarrilarse y luego volver. Esto se describe como conversión, pero en consideración a las doctrinas bíblicas es bueno limitar la palabra conversión al sentido que normalmente le damos cuando hablamos de estas cosas, es decir, es el paso inicial en la historia consciente del alma en su relación con Dios; es su primer ejercicio, la primera manifestación de la vida nueva que ha sido recibida en la regeneración.

Esto, por supuesto, es algo esencial y hay muchas afirmaciones que así lo dicen. Mateo 18:3 declara específicamente: “De cierto os digo, que si no os volvéis y hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos”.
Pero todos los versículos que ya hemos considerado al tratar la doctrina de la regeneración son igualmente aplicables aquí, versículos como:
“Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de
Dios” (1 Cor. 2:14) y “Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios” (Rom. 8:7). Los hombres y las mujeres tienen que venir de esta enemistad antes de poder ser cristianos, tienen que volverse de ella a esta otra condición. Entonces, la conversión es esencial. Nadie nace cristiano. Todos nacimos en pecado, “en maldad he sido formado” (Salm 51:5), fuimos todos “hijos de ira, lo mismo que los demás” (Ef. 2:3); todos estamos sujetos al pecado original y a la culpa original, por eso todos tenemos que tener la experiencia de la conversión, y la Biblia es muy explícita en cuanto a esto.
Entonces, la próxima pregunta es: ¿Cómo sucede? ¿Cuál es el instrumento en la conversión? Y aquí la respuesta es muy sencilla. Ante todo y en primer lugar la obra del Espíritu Santo, y el Espíritu Santo la realiza a través del llamamiento eficaz… El llamamiento se hace eficaz y eso es lo que lleva al próximo paso: lo que usted y yo hacemos. Note que estamos mencionando esto por primera vez, pero en cualquier definición de conversión hay que incluir la actividad humana al igual que la divina.

El llamado viene eficazmente y porque viene eficazmente hacemos algo al respecto. Eso es conversión: ambos lados, el llamado—la respuesta… al tratar la conversión, tenemos que necesariamente dar igual énfasis a la actividad de los seres humanos. Ahora bien, en la regeneración y en la unión, nosotros somos absolutamente pasivos, no jugamos ningún papel en ella, es enteramente la obra del Espíritu de Dios en el corazón. Pero en la conversión actuamos, nos movemos, somos llamados y respondemos.
Pasemos, pues, a considerar las características de la conversión. Y es, a veces pienso, uno de los temas más importantes que los cristianos pueden considerar juntos. ¿Por qué? Bien, es vital que consideremos la enseñanza bíblica sobre la conversión porque existe una cosa que se llama “conversión temporal”. ¿Ha notado con cuánta frecuencia nuestro Señor enfoca esto en sus enseñanzas, cuántas veces casi parece querer disuadir a la gente de seguirle? Hubo un hombre que dijo: “Maestro, te seguiré adondequiera que vayas” y nuestro Señor, en lugar de decir: “¡Maravilloso!”, dijo “¡Espera un minuto!”. “Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar su cabeza” (Mat. 8:19-20). “¿Te das cuenta de lo que estás haciendo?”. En efecto dijo: “Insensato es el hombre que va a la guerra sin estar seguro de tener los recursos necesarios. Es igualmente insensato el
hombre que comienza a construir una torre sin asegurarse de tener el material suficiente para terminarla”.

Nuestro Señor, porque conocía el peligro de que sucediera “algo temporal”, constantemente trataba de combatirlo y parecía estar
queriendo alejar a la gente. Tal es, que lo acusaron de hacer que el
discipulado fuera imposible. Lea el gran capítulo 6 de Juan donde las gentes corrían tras él como resultado del milagro de alimentar a los 5000, y escuchaban con pasión lo que decía; y nuestro Señor parece estar tratando deliberadamente de alejarlas. Por eso un gran número, que se creían sus discípulos, regresaron a sus casas, y nos dice el relato que no anduvieron más con él. Resulta muy claro que nuestro Señor estaba impartiendo esa enseñanza muy deliberadamente porque estaba destacando una diferencia entre el espíritu y la carne. Él sabía que eran carnales, y estaba ansioso por subrayar la importancia vital de captar lo espiritual.
Medita o estudia también la parábola en Mateo 13 —la parábola del
sembrador— y la propia explicación de nuestro Señor. Nota
particularmente los versículos 20 y 21: “Y el que fue sembrado en
pedregales, éste es el que oye la palabra, y al momento la recibe con gozo; pero no tiene raíz en sí, sino que es de corta duración, pues al venir la aflicción o la persecución por causa de la palabra, luego tropieza”. Pero fíjese que nuestro Señor Jesucristo dice de este mismo hombre: él “al momento la recibe con gozo [la Palabra]”. Eso es a lo que me refiero al decir “conversión temporal”. El hombre parece haber recibido la Palabra, está lleno de gozo, pero no tiene raíces y es por eso que termina sin nada.

Esta es la propia enseñanza de nuestro Señor; existe la posibilidad de esta conversión muy gozosa y no obstante no tiene nada en un sentido vital, viviente, y prueba ser temporal.
Hay también más enseñanzas en las Escrituras sobre esto mismo.
Recuerde a Simón el mago en Hechos 8. El versículo 13 nos dice:
“También creyó Simón mismo, y [fue] bautizado”. Pero vea el final de la historia de aquel hombre. Estaba “en hiel de amargura” (v. 23), y Pedro le dijo sencillamente que le convenía pedirle a Dios que le tuviera misericordia y le diera arrepentimiento. Parece haber sido un auténtico creyente, pero ¿lo era?
Luego Pablo habla en 1 Timoteo 1:19-20 acerca de mantener “la fe y
una buena conciencia. Por no hacerle caso a su conciencia, algunos han naufragado en la fe”.
Ahora bien, esta es una enseñanza muy seria y dice lo mismo en 2 Timoteo 2. Aquí Pablo le escribe a Timoteo acerca de ciertas personas que parecían creyentes pero ahora negaban la resurrección, por lo que, como resultado, algunos cristianos atemorizados creían que toda la iglesia se estaba derrumbando. “Está bien”, dice Pablo, “pero el fundamento de Dios está firme, teniendo este sello: Conoce el Señor a los que son suyos” (v. 19). Dios sabe todo, no puede ser engañado ni burlado
 Existe tal cosa como conversiones temporales, creyentes temporales, que no son creyentes auténticos. Por eso es tan imprescindible que conozcamos la enseñanza bíblica sobre lo qué es realmente la conversión.

¿Qué del caso de Demas? me pregunto. Hay muchos que dirían que
Demas nunca fue creyente. No me gustaría ir tan lejos. Puede haber
estado flaqueando: “Porque Demas me ha desamparado, amando este mundo” (2 Tim. 4:10). Pero, sea como fuera, es un caso dudoso. Y luego llegamos al gran pasaje clásico sobre este tema en Hebreos 6, con un pasaje similar en el décimo capítulo de dicha epístola. “Porque es imposible que los que una vez fueron iluminados... y recayeron, sean otra vez renovados para arrepentimiento” (Heb. 6:4, 6).
Por lo tanto, deliberadamente uso este título de “conversión temporal”. Es evidente que algo anda mal con estas personas, por lo que tenemos que hacer preguntas. Tenemos que estudiar, tenemos que tener definiciones, porque “No todo lo que brilla es oro”. Todo lo que parece ser una conversión no lo es necesariamente de acuerdo con la propia enseñanza de nuestro Señor y las enseñanzas de los apóstoles inspirados.
No conozco nada que sea tan peligroso, censurable y lejos de las
Escrituras que decir: “pero no debemos hacer estas preguntas”. Sí, sí, que se hagan. Pregunte siempre: ¿Me dan las Escrituras el derecho de decir eso? Si vamos a ser verdaderos maestros de la Palabra, y ayudadores de otros, y preocupados por la gloria de Dios, tenemos que saber que hay tal cosa como una conversión temporal basada en equivocaciones.
La segunda razón por la que estoy preocupado en relación con tener
definiciones precisas es que no solo hay conversiones temporales sinoaun conversiones falsas.

Te darás cuenta, querido lector,  que hago una diferencia entre ambas y la diferencia es que en el caso de una conversión temporal, la conversión es algo que ha sucedido como resultado de la presentación de la verdad bíblica. En el caso de una conversión falsa, es un fenómeno que, aunque se parece mucho y simula ser una conversión cristiana, ha sido por algún otro factor que dista de la verdad. Por eso es que tenemos que diferenciarlas.
Esto nunca ha sido tan necesario como en la actualidad porque hay
tanta gente que parece pensar que mientras haya un cambio grande en la vida de la persona, ha de ser una conversión auténtica. Si alguien renuncia a sus pecados y vive una vida derecha y hace el bien, entonces, dicen, es cristiano. Pero quizá no lo sea. Es posible que el hombre tenga un cambio grande, profundo, apoteótico en su vida y su manera de vivir y experiencia que nada tiene que ver con el cristianismo. Hasta puede darse el caso de que alguien salga del mundo y se haga miembro de una iglesia, y toda su vida desde afuera parece diferente, pero puede ser una conversión falsa. Es una conversión en el sentido que ha dejado una manera de vivir para seguir otra, ha renunciado a sus pecados y ahora está haciendo el bien, pero es falsa porque carece de la relación necesaria y esencial con la verdad. Si uno se interesa únicamente en el fenómeno, si se interesa únicamente en el hecho de que alguien se levanta y dice:
“Toda mi vida ha cambiado totalmente” entonces uno no tiene más que ir a los libros de psicología.

La psicología, desde hace años se ha hecho popular, y ataca fuertemente la fe cristiana: es por eso que me preocupa.
Oí decir a un hombre que si su fe cristiana fuera atacada, eso no le
preocuparía. Sencillamente respondería: “A mí no me importa lo que
dice la gente, a mí no me importa lo que dice la ciencia, yo lo sé por lo que me está sucediendo a mí”.
Mi respuesta a eso fue: “Sí, y todos los psicólogos en su audiencia
sonreirían. Dirían: ‘Coincidimos en que ha tenido usted un cambio y
una experiencia psicológica. Pero, por supuesto, muchas cosas pueden producirlo’. Y seguirían desechando el cristianismo en su totalidad”.
No, la defensa de la fe cristiana nunca tiene que depender simplemente de una experiencia que usted y yo hayamos tenido. La
defensa de la fe cristiana es la verdad objetiva. Así que a menos que
tengamos cuidado en esta disyuntiva en definir la conversión, el peligro es que no tengamos nada para decirles a los que han pasado por estas experiencias falsas.
Ahora hay una cosa más: y aquí dejamos lo falso y lo temporal y nos
enfocamos en algo que es más inmediatamente práctico. Hay elementos variables en relación con la conversión, y debido a esto tenemos que tener mucho cuidado para saber cuáles son los elementos esenciales.
Para ilustrar lo que quiero decir, considere el elemento tiempo, el factor tiempo en la conversión. ¿Tiene que ser súbita? ¿Es imposible que sea gradual? Pues bien, yo diría que las Escrituras no enseñan que tiene que ser necesariamente súbita.

Lo grandioso es que ha sucedido, sea súbita o gradual. El elemento tiempo no es un factor absolutamente esencial; puede tener su importancia, pero no es vital.
Segundo, ¿tiene una conversión que ser necesariamente dramática?
Todos tenemos la tendencia a enfatizar las que lo son, ¿no es cierto? Son de interés humano, decimos, y debe interesarnos. Ahora bien, si usted lee  un solo capítulo de las Escrituras —Hechos 16— verá que no tiene derecho a afirmarlo. Claro, si usted solo lee la historia del carcelero de Filipo, entonces dirá que la conversión tiene que estar llena de drama.
Pero a mí me interesa igualmente la historia de Lidia y en ella nada hay que sugiera eso acerca de su conversión. ¡Para nada! Puede haber sido bastante tranquila, pero fue igualmente una conversión. Así que aquí tenemos otro elemento variable. Puede incluir una calidad dramática, o quizá no. No es esencial.
Después está la vieja y polémica cuestión del lugar que ocupan los
sentimientos. Por supuesto que juegan un lugar importante, pero existen muchos tipos y grados de sentimientos. Pueden ser intensos, o quizá no, pero igual son sentimientos. Por naturaleza y temperamento, todos somos diferentes, y en este asunto de los sentimientos todos diferimos muchísimo. La persona más expresiva, no siempre es la que siente más...
Así que la persona que llora más copiosamente, no necesariamente es la que siente más profundamente.

Otra persona puede tener sentimientos tan profundos que sus sentimientos van más allá de la posibilidad de lágrimas, por así decir. Los sentimientos son variables y se expresan diversamente en diferentes personas. Deben estar presentes, pero no insistamos en una intensidad particular o una exhibición de sentimientos.
Y luego está la cuestión de la edad. Algunos han dicho que a menos
que uno se convierta cuando es adolescente, nunca se convertirá porque los factores psicológicos requeridos jamás pueden estar presentes otra vez. ¡Qué disparate! ¡Qué cosa tan en desacuerdo con la Biblia! Nunca he visto una conversión más impresionante que la que vi en un hombre de setenta y siete años: ¡gracias a Dios por eso! No, no hay límite de edad.
La edad no tiene la menor importancia. Estamos hablando de algo que produce el Espíritu Santo. Hay tanta esperanza para el hombre que tiembla al borde de la muerte y el infierno como la hay para el
adolescente, es decir, si se interesa por la verdadera conversión. Si a uno le interesan las experiencias psicológicas, entonces coincido la
adolescencia es el mejor momento para ella. En esa etapa todo es muy explosivo; sencillamente se prende un cerillo, y explota. Pero no estamos interesados en cambios psicológicos. Estamos hablando de la verdadera conversión cristiana, espiritual. Y allí, gracias a Dios, la edad es totalmente irrelevante.
Hemos considerado estas cosas porque siempre existe la tendencia de estandarizar el aspecto variable de la conversión.

A veces le sucede al evangelista, que desea que todos acepten a Cristo de la misma forma, y duda de los convertidos a menos que sean todos iguales. Pero nos puede suceder a nosotros también, todos queremos ser iguales. Esa es una de las cosas peligrosas acerca de leer de las experiencias de otros; consciente o inconscientemente, tenemos la tendencia a reproducirlas. Es parte de nuestra composición y de nuestra naturaleza: somos imitadores, y si nos gusta algo que vemos en alguno, entonces quisiéramos que eso mismo fuera cierto de nosotros también.
Además, tenemos la tendencia de concentrarnos en manifestaciones
particulares de la conversión. Los sentimientos, por ejemplo, son solo un aspecto, no obstante ponemos en ellos todo nuestro énfasis. Esto puede ser extremadamente peligroso porque los sentimientos, como ya lo he indicado, es uno de varios variables, y este camino puede llevar a la tragedia. Algunos siempre están insistiendo en la presencia de una cualidad variable, que no es esencial. Creyendo que es esencial, y no haberla experimentado, dicen que nunca se han convertido. Y esto puede llevar a incontables e innecesarios pesares… si postulamos  algo que es variable e insistimos en ello, podemos causarnos o causar a otros mucho daño. Quizá les digamos a otros que no son convertidos porque no se conforman a nuestras normas personales. Por eso, hemos de tener mucho cuidado de no ajustarnos a las Escrituras y de decir cosas que la Biblia no dice. Por lo tanto, qué vital, qué esencial es que tengamos definiciones claras en nuestra mente.

¿Cuáles son, entonces estos elementos permanentes? Hay dos elementos esenciales en la conversión, y estos son enfatizados en las Escrituras ––en los Evangelios, en el libro de los Hechos y en las epístolas. 
Pablo, afortunadamente, lo ha expresado todo en una sola frase en Hechos 20:21, en aquella emotiva ocasión cuando se despidió de los ancianos de la iglesia en Éfeso. A veces he pensado que si hay una escena en la historia en la que me hubiera gustado estar presente, es aquella.
“Me voy”, dice Pablo a los ancianos, “no volverán a verme, y quiero que no olviden las cosas que les he dicho, y que recuerden lo que hice cuando estuve con ustedes”. ¿A qué se refería? “Testificando a judíos y a gentiles acerca del arrepentimiento para con Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo”. Eso es conversión. Estos son los elementos esenciales, los únicos esenciales en la conversión: arrepentimiento y fe. Súbito o gradual, no importa. Tiene que haber arrepentimiento y tiene que haber fe. Si uno de estos falta, no es conversión. Ambos son esenciales.
Ahora le pregunto: ¿En qué orden se manifiestan? O sea: ¿Cuál se manifiesta primero, el arrepentimiento o la fe? Esta es una pregunta fascinante. Existe un sentido en que la fe tiene que manifestarse antes del arrepentimiento, y a pesar de eso, no lo pondré primero por esta razón. Cuando estoy hablando de la fe, lo hago en el sentido que la usaba el apóstol Pablo: fe en el Señor Jesucristo, no una fe en general.

Tiene que haber fe en general antes de que uno pueda arrepentirse, porque si uno no cree ciertas cosas acerca de Dios, no entra en acción, y no hay arrepentimiento. Pero me estoy refiriendo a la fe en el sentido especial de fe en el Señor Jesucristo. En ese caso, el arrepentimiento se manifiesta antes que la fe y Pablo los coloca en ese orden: “Testificando a judíos y a gentiles acerca del arrepentimiento para con Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo”.
¿Por qué tiene que haber primero arrepentimiento? Pues bien,
siempre lo encontramos primero en las Escrituras. ¿Quién fue el primer predicador en el Nuevo Testamento? La respuesta es Juan el Bautista. ¿Qué predicaba? El “bautismo de arrepentimiento para perdón de pecados” (Mar. 1:4). Este era el mensaje del precursor, y el precursor siempre se manifiesta primero. El segundo predicador fue el Señor Jesucristo, y si lee usted los Evangelios y observa lo primero que dijo, encontrará que también él exhortaba al pueblo a arrepentirse y creer en el evangelio (Mar. 1:15). Entonces, exactamente como Juan el Bautista, lo primero que enseñó fue el arrepentimiento.
Después, ¿qué predicó Pedro? Tome el gran sermón del día de
Pentecostés en Hechos 2. Pedro predicó y el pueblo clamó diciendo:
“Varones hermanos, ¿qué haremos?”. Esta fue la respuesta: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hch. 2:37-38).

Arrepentíos. Y, como ya lo he mencionado, el arrepentimiento era el
mensaje del apóstol Pablo. Empezaba con el arrepentimiento. Lo hizo en Atenas: Dios “manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan” (Hch. 17:30).
El arrepentimiento es necesariamente el primer mensaje, y tiene que
serlo. Es bíblico, sí, pero la Biblia también nos capacita para razonar.
Permítame decirlo así: ¿Por qué deben los hombres y mujeres creer en el Señor Jesucristo? Es incorrecto pedirles meramente que crean en Cristo.
Tienen el derecho de preguntar: “¿Por qué debo creer en él?” Es una
pregunta muy lógica. Y la gente no ve ninguna necesidad de creer en el Señor Jesucristo si no saben lo que es el arrepentimiento. Es cierto que uno puede invitarles a acudir a Cristo como colaborador, o amigo o un médico del cuerpo, pero eso no es conversión cristiana. No, no, las personas tienen que saber por qué tienen que creer en el Señor Jesucristo. La Ley es nuestro maestro (Gál. 3:24) para llevarnos a ese punto, y la Ley obra arrepentimiento.
En otras palabras, el punto principal de la conversión, lo principal de
todo lo concerniente a la salvación cristiana es guiarnos a tener una
relación correcta con Dios. ¿Para qué vino Cristo? ¿Para qué murió? La respuesta es que todo lo hizo para acercarnos a Dios. Y si pensamos en estas cosas de cualquier otra manera excepto en términos de estar reconciliados con Dios, nuestro concepto es totalmente equivocado.

Lo digo con vacilación porque conozco el peligro de ser malinterpretado, pero me parece que hay demasiado cristianismo en la actualidad que se detiene con el Señor Jesucristo y no se percata de que vino e hizo todo a fin de reconciliarnos con Dios. Ciertamente, fue Dios quien estaba “en Cristo reconciliando consigo al mundo” (2 Cor. 5:19). Creo que la mayor debilidad en el cristianismo evangélico actual es que olvida a Dios.
Estamos interesados en experiencias, estamos interesados en felicidad, estamos interesados en estados subjetivos. Pero la primera necesidad de toda alma… es estar bien con Dios. Nada importa más que eso. El evangelio empieza con Dios, porque lo que anda mal con todos es que tienen una relación equivocada con él.
Entonces tenemos que poner el arrepentimiento primero. Es el
problema original, la consecuencia principal de la Caída y el pecado
original. Dios es ordenado en su obrar, y empieza con lo grande, con lo primero.


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