} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: UN CAMBIO VERDADERO (6)

jueves, 5 de julio de 2018

UN CAMBIO VERDADERO (6)


  
Entendimiento de la Conversión

     Hemos visto qué Caín mató a Abel porque las obras de Abel eran justas y sus propias obras eran malas. Como John Piper dice:
“Lo mató porque la diferencia entre la bondad de Abel y su maldad lo enojó. Lo hizo sentir culpable. Abel no tenía que decir nada; su bondad era un recordatorio constante para Caín de que él era malo. Y en lugar de lidiar con su propia maldad mediante el arrepentimiento y el cambio, se deshizo de Abel.”
Si no le gusta lo que ve en el espejo, rompa el espejo.
Esto nos enseña que el pecado odia ser expuesto por la justicia de otra persona.
 El ejemplo negativo de Caín nos enseña que deberíamos amar a los demás celebrando su madurez y crecimiento espiritual. Deberíamos dar gracias a Dios por el crecimiento que vemos en los demás.
De igual manera deberíamos celebrar y regocijarnos cuando otros caminan fielmente con el Señor.
En lugar de resentirnos con la santidad de los demás porque expone nuestros pecados, deberíamos arrepentirnos de esos pecados y agradecer a Dios por la obra de convicción de su Espíritu Santo.
Juan dice que deberíamos entregar nuestras vidas por nuestros hermanos porque Jesús puso su vida por nosotros.

 Juan menciona que hemos de amarnos unos a otros de hecho y en verdad, no solamente de palabra. La prueba de nuestro amor es si estamos dispuestos a proveer para las necesidades materiales de otros cristianos.

Como ya vimos en Hechos 2, los oyentes de Pedro experimentaron convicción de pecado al oír su discurso. Mientras Pedro proclamó la verdad acerca de Cristo, y ellos se convencieron de su culpa delante de Dios y de su necesidad de salvación. Respondieron preguntando a los apóstoles: «Varones hermanos, ¿qué haremos?».

 Pedro le dijo a sus oyentes que se arrepintieran, se bautizaran y que fueran salvos de esta perversa generación. En estas tres cosas está implícito que ellos debían creer en Jesucristo. 
 Pedro dice: «Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare» (Hch. 2:39). Esto significa que la conversión es posible para todos, que no está limitada a un solo grupo de personas. Además nos enseña que la conversión es una obra de Dios, que se lleva acabo cuando Dios llama a las personas a sí mismo —con poder y eficacia— por medio del evangelio.

«Se añadieron aquel día como tres mil personas» (Hch. 2:41) significa que en ese día, tres mil personas se arrepintieron de sus pecados, pusieron su confianza en Cristo, fueron bautizadas y se unieron a la iglesia. ¿A qué se añadieron estas personas?
Fueron añadidas a la iglesia en Jerusalén, al cuerpo de personas que creyó que Jesús era el Mesías y que resucitó de los muertos. Tal y como veremos, su unión a la iglesia no era una simple formalidad.
Hubo un impacto radical en cada aspecto de sus vidas.
Como un cuerpo unificado, estos nuevos creyentes perseveraban:
«En la doctrina de los apóstoles» Buscaban diligentemente aprender todo lo que podían de aquellos que tenían autoridad y que fueron testigos oculares de la resurrección de Jesús.
«En la comunión unos con otros». La palabra griega koinonia —aquí traducida como «comunión»— se refiere a la vida en común de los creyentes. Como John Stott dijo, lo que los creyentes compartían juntos hacia dentro era comunión con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Lo que los creyentes compartían hacia fuera era su tiempo, su hospitalidad y sus posesiones, viviendo en una estrecha comunión unos con otros»
«En el partimiento del pan». Esto probablemente se refiere a la práctica de la iglesia primitiva de comer juntos regularmente. Sus comidas se caracterizaban por su alegría, su adoración a Dios y su sencillez de corazón.
«En las oraciones». Esto probablemente se refiere a su participación en las horas establecidas de oración en el templo. Pero dado que también sabemos que alababan a Dios juntos cuando comían, parece ser que la oración era algo común en todas sus actividades colectivas.
 Estos nuevos creyentes compartían todas sus posesiones con los demás, y hasta vendían sus posesiones para dar a los necesitados. Esto nos muestra que su amor por Dios se manifestaba en amor por sus hermanos cristianos. Primera de Juan 3:16-18 nos enseña que esta es la marca de todos los cristianos genuinos.

Las iglesias pueden conceder inconscientemente la membresía a personas que no han sido convertidas al permitirles unirse sin ni siquiera hacerles preguntas acerca de su entendimiento del evangelio, acerca de cómo llegaron a creer en Cristo y sobre cómo sus vidas han cambiado desde entonces.

En otras palabras, las iglesias pueden conceder inconscientemente la membresía a personas que no han sido convertidas por no detenerse y ver si las personas manifiestan algún fruto de conversión.
 Las iglesias pueden ayudar a asegurar que aquellos que se unen son realmente convertidos al pedir a los candidatos a la membresía que expliquen su entendimiento del evangelio, cómo es que llegaron a ser cristianos, y cómo sus vidas han cambiado desde entonces, con el fin de que pasen a ser miembros de la iglesia.
 Las iglesias pueden ayudar a asegurar que todos aquellos que han sido convertidos se unan y arraiguen sus vidas en una iglesia al enseñar y recalcar constantemente la membresía de la iglesia. También pueden hacer que la membresía sea más significativa al restringir funciones como dirigir las reuniones públicas de la iglesia o liderar grupos pequeños, reservando esto para aquellos que se han comprometido con la iglesia por medio de la membresía.

“Creemos que el Arrepentimiento y la Fe son trabajos divi­nos, y que son gracias inseparables, efectuados en nuestras al­mas por medio de la regeneración del Espíritu Santo; por lo cual estando profundamente convencidos de nuestra culpa, peligro y desesperanza, y del camino de salvación por medio de Cristo, nos volvemos a Dios con una genuina contrición, confesión y súplica por misericordia; al mismo tiempo recibiendo de todo corazón al Señor Jesucristo como nuestro Profeta, Sacerdote y Rey, confiando solamente en Él como el único y suficiente Sal­vador.”
Es de notar lo que esta declaración dice acerca de nuestra conversión, de nuestro volver. Nos volvemos porque estamos “profundamente convencidos de nuestra culpa, peligro y des­esperanza, y del camino de salvación por medio de Cristo.” ¿Y cómo es que sucede este volvernos, el cual está compuesto de fe y arrepentimiento? Esto es “efectuado en nuestras almas por medio de la regeneración del Espíritu Santo.” La Declaración de Fe cita dos pasajes de las Escrituras para apoyar esta idea: Hech. 11:18, “Al oír esto se apaciguaron y alabaron a Dios di­ciendo: ¡Así que también a los gentiles les ha concedido Dios el arrepentimiento para vida!Y Efesios 2:8, “Porque por gracia han sido ustedes salvados mediante la fe, esto no procede de ustedes, sino que es el regalo de Dios.”
Si básicamente nuestra conversión se entendiera como algo que hacemos nosotros mismos en lugar de que es Dios el que hace algo en nosotros, no sería la interpretación correcta. Ciertamente, la conversión incluye nuestra acción, por lo que debemos hacer un compromiso sincero, y una decisión com­pletamente consciente. Aun así, la conversión es mucho más que eso. Las Escrituras son claras al enseñar que no todos estamos yendo hacia Dios, algunos han encontrado el camino, mientras que otros todavía lo están buscando. En lugar de esto, Las Es­crituras nos presentan la necesidad de tener nuestros corazones regenerados, nuestras mentes transformadas y nuestros espí­ritus vivificados. No podemos realizar ninguno de estos actos. El cambio que cada humano necesita, sin considerar la aparien­cia que podamos mostrar, es radical, tan cerca de nuestra raíz humana, que solo Dios puede hacerlo. Necesitamos que Dios nos convierta.
Recuerdo la historia de Spurgeon, que mientras caminaba en Londres un hombre ebrio se le acercó y apoyándose en un poste de luz, le dijo, “¡Oiga, Sr. Spurgeon, yo soy uno de sus con­vertidos!”, a lo que Spurgeon contestó, “¡Tal vez eres uno de los míos, pero con seguridad no eres uno de los del Señor!”
Uno de los resultados de malinterpretar la enseñanza de la Biblia en cuanto a la conversión es que las iglesias evangéli­cas están llenas de personas que hacen un sincero compromiso en cierto punto de sus vidas, pero que evidentemente no han experimentado el cambio radical que la Biblia presenta como conversión. Según un estudio reciente realizado la causa de este “mal testimonio” entre los seguidores de Cristo de bue­na reputación debe de ser, por lo menos en parte, debido a una predicación no bíblica acerca de lo que significa la conversión.
En realidad, la conversión no necesita una experiencia fo­gosa emocional, pero debe ser evidenciada por sus frutos, si es en realidad lo que la Biblia considera una conversión real. El entendimiento bíblico de lo que significa la conversión es una de las marcas de una iglesia saludable.
Los Sermones pueden fácilmente convertirse en repeticiones trilladas de ver­dades que ya son conocidas. El cristianismo puede perder sus distintivos que lo diferencia con respecto a la cultura secular. El evangelio puede desempeñar un papel tan limitado a tan solo una auto- ayuda espiritual. La conversión puede degenerarse de ser un acto de Dios a meramente una solución humana. Por lo que dichas congregaciones, con una predicación superficial, un pensamiento secular y un evangelio centrado en el hombre mis­mo que tan solo anima a confesar verbalmente una sola vez su creencia en Cristo (usualmente mal aplicando Romanos 10:9), no pueden ser buenos heraldos de las tremendas nuevas de sal­vación en Cristo.
Un entendimiento bíblico del evangelismo es crucial para todos los miembros de la iglesia, y particularmente para los líde­res que tienen el privilegio y la responsabilidad de enseñar. De­finitivamente el cómo se comparta el evangelio está íntimamen­te relacionado con el entendimiento que se tenga del evangelio. Si su pensamiento en cuanto a Dios, el evangelio, la necesidad humana y la conversión ha sido basado en la Biblia, entonces naturalmente surge un entendimiento correcto del evangelis­mo. Por esto, debemos estar más atentos a conocer y enseñar el evangelio propio, que tan solo a tratar de enseñar a las personas métodos y estrategias de compartir las buenas nuevas.
Bíblicamente, evangelismo es presentar las buenas nuevas abiertamente y confiar en Dios para convertir a las personas (Hechos 16:14). “La salvación viene del Señor” (Jonás 2:9; Juan 1:12-13).


De cualquier manera que tratemos de forzar na­cimientos espirituales, será tan efectivo como Ezequiel tratando de juntar los huesos secos, o Nicodemo tratando de nacer de nuevo por sus propios medios. Y el resultado será similar.
Si se entiende la conversión meramente como un compro­miso sincero que se hizo una sola vez, entonces tenemos que llevar a cada persona al punto de una confesión verbal y com­promiso de cualquier forma que podamos. Aunque queramos cuidar, rogar o persuadir, bíblicamente, nuestra primera tarea es ser fieles a la obligación que tenemos de parte del Señor, de presentar las misma Buenas Nuevas que él nos ha dado. Enton­ces Dios dará la conversión como consecuencia de que presen­temos las Buenas Nuevas (Juan 1:13; Hechos 18:9-10).
Probablemente usted ha escuchado testimonios, quizás en las últimas semanas o meses, que lo hacen recordar que la conver­sión es un trabajo de Dios. “Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe; esto no procede de ustedes, sino que es el regalo de Dios, no por obras, para que nadie se jacte” (Efesios 2:8-9).
Si la membresía de la iglesia es notablemente más grande que su asistencia, la pregunta que debe hacerse es: ¿Tiene esa iglesia un entendimiento bíblico de la conversión? Aún más allá, nosotros debemos preguntarnos ¿Qué clase de evangelismo está siendo practicado, de manera que se den estos resultados en un gran número de personas, quienes no están involucradas en la vida de la iglesia, y considerarse aún como miembros de ella de forma satisfactoria y evidente de su propia salvación?


¿Ha ob­jetado esta situación la iglesia de alguna forma, o pareciera que ha admitido esta situación por medio de guardar silencio? La disciplina bíblica en la iglesia es parte de su evangelismo.
Al evangelizar a las personas, dejemos en ellas tres cosas que deben considerar en cuanto a la decisión por el Evangelio:
• Primero, la decisión tiene un costo (por lo que se debe de considerar cuidadosamente, Lucas 9:62).
• Segundo, la decisión es urgente (por lo que debe hacerse pronto, Juan 3:18,36).
• Tercero, la decisión es valiosa (y por lo tanto debería de ha­cerse con ánimo, Juan 10:10).
Este es el balance que nosotros debemos alcanzar en nues­tro evangelismo entre nuestros amigos y familiares. Este es el balance que debemos perseguir para nuestro evangelismo en toda nuestra iglesia.
Espero que todo este recordatorio de lo aprendido impregne nuestro corazón y nuestra mente, para con el auxilio del Espíritu Santo ir siendo transformados conforme al carácter de Cristo. Porque no estudiamos la Palabra para tener más conocimiento y vanagloriarnos ante los hombres; sino que el fin de todo este aprendizaje es para ser transformados poco a poco, en un proceso de santificación diario, continuo y constante, corriendo hacia la meta, por el camino angosto por donde transita la nueva criatura en Cristo Jesús Señor nuestro.
Que el Señor abra los corazones para poder asimilar lo que hemos aprendido y acerque a aquellos que aún no le conocen como Señor y Salvador.

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