Isaías 53; 5
Pero él fue herido por nuestras transgresiones, molido por
nuestros pecados. El castigo que nos trajo paz fue sobre él, y por sus heridas
fuimos nosotros sanados.
Isaías 53 claramente enseña que la sanidad
corporal está incluida en la obra expiatoria, el sufrimiento y la cruz de
Cristo. Las palabras hebreas para «dolores» y «enfermedades» se refieren
específicamente a la aflicción física. Esto se verifica en el hecho de que Mat_8:17 dice que este texto de Isaías se cumple
ejemplarmente en los actos de sanidad que efectuó Jesús.
Además,
está claro que las palabras «llevó» y «sufrió» se refieren a la obra expiatoria
de Jesús, porque son las mismas que se utilizan para describir a Cristo cargado
con nuestros pecados (1Pe_2:24). Estos textos vinculan inequívocamente la
base de la provisión, tanto de nuestra salvación como de nuestra sanidad, con
la obra expiatoria del Calvario. Sin embargo, ninguna de estas cosas se recibe
automáticamente, porque ambas deben ser alcanzadas por la fe. La obra de Cristo
en la cruz las pone a nuestra disposición, y las recibimos, según sea nuestra
elección, mediante un acto sencillo de fe.
¿Cómo
podía una persona del Antiguo Testamento entender la idea de Cristo muriendo por
nuestras culpas (rebeliones y pecados), en realidad cargando con el castigo que
merecíamos? Los sacrificios sugerían esta idea, pero una cosa es matar a un
cordero y otra muy distinta es pensar en el Siervo escogido de Dios ocupando el
lugar del cordero. Pero Dios descorría a un costado la cortina del tiempo para
permitir que la gente de la época de Isaías mirara más adelante hacia el
sufrimiento del futuro Mesías y el perdón resultante que quedaría al alcance de
toda la humanidad.
Romanos 4; 7
Bienaventurado el hombre a quien el Señor jamás le tomará en
cuenta su pecado.
¿Qué
hacemos con la culpa? El rey David cometió pecados terribles: adulterio,
homicidio, mentiras, y aun así experimentó el gozo del perdón. Nosotros también
podemos experimentarlo cuando:
(1)
dejamos de negar nuestra culpabilidad y reconocemos que hemos pecado,
(2)
reconocemos nuestra culpa ante Dios y pedimos su perdón,
y
(3) desechamos la culpa y creemos que Dios nos ha perdonado. Esto puede ser
difícil, sobre todo cuando el pecado ha echado raíces y se ha enraizado por
años, cuando es muy serio o cuando involucra a otro. Debemos recordar que Jesús
quiere y está dispuesto a perdonar todos los pecados. Si tomamos en cuenta el
alto precio que El pagó en la cruz, es arrogancia pensar que algún pecado
nuestro sea demasiado grande para que Él lo perdone. Aunque nuestra fe sea
débil, nuestra conciencia sea sensible y los recuerdos nos atormenten, la
Palabra de Dios declara que pecado confesado es pecado perdonado (1Jn_1:9).
¡Maranata!¡Ven pronto
mi Señor Jesús!
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