Jonathan Edwards (1703-1758)
“Para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora
dada a conocer por medio de la iglesia a los principados y potestades en los
lugares celestiales”. ––Efesios 3:10
La sabiduría manifiesta en el camino de salvación por medio
de Jesucristo sobrepasa por mucho la sabiduría de los ángeles.
Porque aquí se menciona que una de las finalidades de Dios,
al revelar el plan de nuestra salvación de modo que los ángeles pudieran ver y
conocer cuan grande y multiforme es la sabiduría de Dios, era exponer la
sabiduría divina para que los ángeles la vieran y admiraran… Se menciona una
sabiduría como nunca antes se había visto, no en Dios, y menos en ellos mismos.
Era a fin de que ahora se conozca lo multiforme que es la sabiduría de Dios,
ahora cuatro mil años desde la creación. En todo ese tiempo, los ángeles
siempre habían contemplado el rostro de Dios y habían estado estudiando las
obras de la creación de Dios. ¡Pero nunca, hasta aquel día, habían visto algo
así, nunca habían conocido lo que es la sabiduría multiforme de Dios, como
ahora lo conocían por medio de la iglesia!... Y
1. CONSIDERAREMOS LA
ELECCIÓN DE LA PERSONA QUE SERÍA NUESTRO REDENTOR.
Cuando Dios diseñó la redención de la humanidad,
su gran sabiduría se manifiesta en que determinó que su propio
Hijo unigénito fuera la persona que realizara la obra. Él fue el redentor
que Dios mismo escogió y al que llamó: “mi escogido” (Isa. 42:1).
La sabiduría de escoger a esta
Persona para ser el Redentor se manifiesta
en el hecho de que en todo sentido era una persona totalmente
apta para esta misión. Era necesario que el redentor fuera persona
divina. Nadie más que una persona divina podría ser suficiente
para esta gran obra. La obra es infinitamente inadecuada para
cualquier criatura. Era un requisito que el redentor de los pecadores
fuera él mismo infinitamente santo. Nadie podía quitar el mal
infinito del pecado más que alguien que fuera infinitamente distinto
y lo opuesto al pecado.
Cristo
es una persona apta en este sentido.
Era un requisito el que la persona, a fin de ser apta para
esta misión, fuera una de infinita dignidad y de mérito, para que tuviera la capacidad
de merecer bendiciones infinitas. El
Hijo de Dios es una persona apta en este sentido. Era necesario que fuera una persona de infinito
poder y sabiduría, porque esta obra es tan difícil que requiere alguien así. En este sentido también Cristo es
una persona apta.
Era un requisito que esta persona fuera infinitamente amada
por Dios el Padre a fin de que diera un valor infinito a sus transacciones, según
la estimación del Padre, y que el amor de Dios por él equilibrara la ofensa y
provocación de nuestros pecados. Cristo
es una persona apta en este sentido. Por ello llamado “el Amado” (Ef.
1:6), él nos ha hecho aceptos en
el Amado.
Era un requisito que la persona fuera una que pudiera actuar
con derecho absoluto, uno que no fuera siervo o alguien sujeto a otro, porque
si fuera alguien que no puede actuar por sí mismo, lo que hace no tiene ningún
mérito. El que es siervo y que no puede hacer más de lo que está obligado a
hacer, no tiene ningún mérito. Y el que no tiene nada que es realmente suyo no
puede pagar ningún precio para redimir a otro. En este sentido, Cristo es una persona apta, y nadie más que una persona divina,
puede serlo. Tiene que ser una persona de infinita misericordia y amor, porque
ninguna otra persona que no fuera así emprendería una obra tan difícil a favor
de una criatura tan indigna como es el hombre. En este sentido también, Cristo es una persona apta.
Era un requisito que fuera una persona en quien la verdad y fidelidad
eran perfectas e inmutables. De lo contrario, no podríamos depender de ella
para una cuestión tan grande. En
este sentido también Cristo es una persona apta.
La sabiduría de Dios al escoger a su Hijo eterno no solo se
muestra en que es una persona apta, sino también en que es la única persona apta entre todas las personas,
sean creadas o no creadas. Ninguna persona creada, ni hombre, ni ángel, era
apta para esta misión… La sabiduría divina se hace evidente al reconocer que él
era una persona apta. Solo alguien con sabiduría divina podría haberlo
reconocido. Solo alguien con sabiduría infinita podría haber pensado en él como
redentor de los pecadores. Porque él, siendo Dios, es una de las Personas
ofendidas por el pecado contra quien, por su pecado, el hombre se ha rebelado.
¿Quién más que el Dios infinitamente sabio hubiera podido pensar que él fuera
el redentor de los pecadores contra quien ellos habían pecado, de quien eran enemigos, y de quien merecían un mal infinito? ¿Quién
hubiera pensado en él como alguien que se fijara en el hombre y sintiera por él
infinito amor y misericordia, y demostrara infinita sabiduría, poder y mérito
al redimirlo? Sigamos:
2. CONSIDEREMOS LA
SUSTITUCIÓN DE ESTA PERSONA EN NUESTRO LUGAR.
Después de escoger a la Persona para ser nuestro Redentor,
el próximo paso sabio sería planear la
manera como llevar a cabo esta
obra. Si Dios hubiera declarado quién
sería la persona que haría esta
obra y no hubiera hecho más nada,
ninguna criatura hubiera podido
pensar cómo tal persona podría realizar
la obra. Si Dios les hubiera
dicho que su propio Hijo tenía que ser el Redentor, que solo él era una Persona
apta para esta obra, y que esa persona era en todo sentido apta y
suficiente para ella, pero les hubiera propuesto que ellos planearan la manera
como esta Persona apta y suficiente habría de proceder, podemos
estar seguros de que todos los planes creados hubieran fracasado.
Lo primero que se necesitaba hacer era que este Hijo de Dios
se convirtiera en nuestro Representante y Garante para así sustituir al pecador.
¿Pero quién, con la inteligencia dada por Dios, hubiera pensado en semejante
cosa, que el eterno e infinito Hijo amado de Dios tomara el lugar de los pecadores,
que tomara el lugar que le correspondía al pecador, al rebelde, al objeto de la
ira de Dios? ¿Quién hubiera pensado que una persona de gloria infinita
representaría a gusanos pecadores quienes, por pecar, se hicieron infinitamente
rebeldes y abominables? Porque si el Hijo de Dios ha de sustituir al pecador,
entonces el pecado de este tiene que ser cargado sobre él. En consecuencia, él se hace cargo de
la culpa de los pecadores. Tiene que, por lo tanto, sujetarse a la misma Ley a
la que está sujeto el hombre, tanto en los mandatos como en las amenazas. ¿Pero
quién hubiera pensado en semejante cosa con respecto al Hijo de Dios? Pero
sigamos adelante:
3.
CONSIDEREMOS LA ENCARNACIÓN DE JESUCRISTO.
El próximo paso de sabiduría divina al planear cómo Cristo
realizaría la obra de redimir a los pecadores fue determinar su encarnación.
Supongamos que Dios hubiera revelado sus planes hasta este punto: de que su propio
Hijo era la persona escogida para esta obra, y que lo había sustituido en lugar
del pecador y lo había escogido para asumir él mismo las obligaciones y la
culpa del pecador, y no hubiera revelado más nada, sino que hubiera dejado el
resto para que ellos lo resolvieran. No es probable que jamás se les hubiera
ocurrido una manera como esta Persona en realidad cumpliera la obra de
redención.
Porque si el Hijo de Dios sustituyó al pecador tomando su
lugar, entonces asumió también sus obligaciones. Por ejemplo, tiene que cumplir
la obligación que tiene el pecador de vivir en perfecta obediencia a la Ley
divina. Pero no es probable que una criatura pudiera concebir cómo sería eso
posible. ¿Cómo puede una persona que es Jehová eterno convertirse en un siervo,
estar bajo la ley y ser obediente aun a la ley del hombre?
Repito, si el Hijo de Dios va a sustituir al pecador tomando
su lugar, entonces asume la obligación del pecador de sufrir el castigo que el pecado
del hombre merece. ¿Quién hubiera podido pensar que esto fuera posible? ¿Porque
cómo podría una Persona divina, que es esencial, inmutable, e infinitamente feliz,
sufrir agonías y tormentos? ¿Cómo podría él, que era el objeto del amor
infinito de Dios, sufrir la ira de su Padre? No se debe suponer que la sabiduría
humana hubiera encontrado una manera de salvar estas dificultades. Pero la
sabiduría divina ha encontrado una manera, siendo esta la encarnación del Hijo de
Dios: que el Verbo fuera hecho carne, para que sea Dios al igual que hombre en
una persona. ¿Qué inteligencia humana hubiera podido concebir que algo así
fuera posible?...
¿Y si Dios les hubiera revelado que sí era posible y aun que así tendría que ser,
pero los hubiera dejado para que ellos mismo averiguaran cómo debía ser? Es fácil imaginar lo
intrigados y confundidos que hubieran estado al tratar de concebir una manera
de unir al hombre con el Hijo eterno de Dios de modo que fueran solo una persona,
hacer uno de aquél que es realmente un hombre en todo sentido, y del propio
Hijo de Dios que estuvo con Dios desde toda la eternidad. Este es un gran
misterio para nosotros. ¡Cómo puede una persona que es infinita, omnipotente e
inmutable llegar a ser, en un sentido, un hombre finito, débil, un hombre
sujeto a nuestras debilidades, pasiones y calamidades! El gran Dios, el Soberano del cielo y de la tierra, se convierte
de este modo en un gusano del polvo. “Mas yo soy gusano, y no hombre” (Sal.
22:6). ¡Él, que es eterno y coexistente es por esta unión nacido de mujer! ¡Él,
que es el gran Espíritu original se viste de carne y sangre como uno de
nosotros! ¡Él, que es independiente, autosuficiente, y todo poderoso, necesita
ahora alimento y ropa! Se hizo pobre y no tuvo “dónde recostar su cabeza” (Mat.
8:20), ¡necesita ahora de la caridad de los demás, y de ella se mantiene! ¡Cómo
es posible que esto suceda, es algo que sobrepasa nuestro entendimiento! Es una
gran maravilla y un misterio para nosotros, pero no es un misterio para la
sabiduría divina.
4.
LO PRÓXIMO A CONSIDERAR ES LA VIDA DE CRISTO EN ESTE MUNDO.
La sabiduría de Dios se manifiesta en las circunstancias de
su vida y en la obra y en los negocios de
su vida.
(1) Las circunstancias de su vida. Si Dios hubiera revelado
que su Hijo se encarnaría y que viviría en este mundo teniendo naturaleza humana,
y hubiera permitido que los hombres determinaran qué circunstancias de la vida
serían las más apropiadas para él, la sabiduría humana hubiera determinado que
debía aparecer en el mundo en toda su magnificencia, con señales extraordinarias
de honra, autoridad y poder por sobre todos los reyes de la tierra; que aquí
debía reinar sobre todas las naciones con gran pompa y un esplendor visible.
Tal hubiera determinado la sabiduría de los hombres antes de que viniera
Cristo.
Los sabios, los grandes hombres entre los judíos, escribas y
fariseos llamados “príncipes de este siglo” (1 Cor. 2:6-8), esperaban que el Mesías
apareciera de este modo. Pero la sabiduría de Dios escogió lo contrario.
Escogió que cuando el Hijo de Dios tomara forma humana, comenzara su vida en un
establo; que por muchos años viviera en el anonimato en una familia de posición
baja en la sociedad, y que se encontrara en circunstancias externas humildes,
que fuera pobre y que no tuviera dónde recostar la cabeza, que fuera mantenido
por la caridad de algunos de sus discípulos, que creciera “cual renuevo delante
de él, y como raíz de tierra seca” (Isa. 53:2), que no “gritará, ni alzará su
voz, ni la hará oír en las calles” (Isa. 42:2), que llegara a Sión humildemente
“cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna” (Zac. 9:9; Mat.
21:5), que fuera “despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado
en quebranto” (Isa. 53:3).
Y ahora que explicado la determinación divina en este
asunto, podemos concluir con toda seguridad que es la más adecuada y que no hubiera
sido del todo adecuado para Dios, cuando se manifestara en la carne, hacerlo
con pompa, riquezas y grandeza terrenal. ¡No! Estas cosas son totalmente
inferiores y despreciables como para que el Hijo de Dios aparentara quererlas o
estimarlas. Los hombres, de habérseles propuesto esto, enseguida lo condenarían
como necio y muy inapropiado para el Hijo de Dios. Pero “lo insensato de Dios
es más sabio que los hombres” (1 Cor 1:25). Dios ha descartado la sabiduría de este
mundo y los príncipes de este mundo (1 Cor. 2:6). Cristo, por aparecer en
circunstancias externas inferiores y bajas en el mundo, mostró su desprecio por
toda la riqueza y gloria mundana, y nos ha enseñado a nosotros a despreciarlas.
¡Si es apropiado que las desprecien los hombres, cuánto más lo es para el Hijo
de Dios! De este modo Cristo nos ha enseñado a ser humildes de corazón. ¡Si él,
que era infinitamente superior y grande fue humilde en esto, qué humilde hemos
de ser nosotros que somos tan viles!
(2) La sabiduría de Dios se manifiesta en la obra y en los
negocios de la vida de Cristo. Especialmente, en que debía obedecer a la
perfección la Ley de Dios bajo tentaciones tan grandes; en que tendría
conflictos con los poderes de la tierra y el infierno y los vencería a favor
nuestro con su obediencia; en que se sujetaría no solo a la Ley Moral, sino también
a la ceremonial, ese pesado yugo de la esclavitud. Cristo dedicó el tiempo de
su ministerio público a entregarnos las instrucciones y doctrinas divinas. La
sabiduría de Dios se manifiesta al darnos a Aquel para ser nuestro Profeta y
Maestro, quien es una persona divina, que él mismo es la sabiduría misma y el
Verbo de Dios y existió desde toda la eternidad en el seno de su Padre. Su
palabra tiene más autoridad y peso que si hubiera sido entregada por boca de un
profeta común. Y qué sabiamente ordenó que él mismo fuera nuestro Maestro y
Redentor a fin de que sus relaciones y oficios como Redentor hicieran más
dulces y queridas las instrucciones que nos dejó. Estamos listos para prestar
atención a lo que nuestros seres queridos nos dicen. Nuestro cariño por ellos
nos lleva a deleitarnos en las cosas que dicen. Por lo tanto, es sabio que
Aquel que tanto ha hecho para ganarse nuestro cariño fuera nombrado como
nuestro gran Profeta para entregarnos sus doctrinas divinas.
5.
LO PRÓXIMO A CONSIDERAR ES LA MUERTE DE CRISTO.
Este es un camino de salvación para pobres pecadores que
hubiera elegido ningún otro, que no fuera la sabiduría divina. Cuando fue
revelado, fue sin duda una gran sorpresa para las huestes celestiales, las
cuales nunca dejarán de maravillarse por ello. ¡Cuán asombroso es que una
Persona que es por siempre bendecida y es infinita y esencialmente feliz soportara
los peores sufrimientos que jamás se soportaran en la tierra!
¡Que una persona que es el Señor y Juez supremo de la tierra
compareciera acusado ante un tribunal de justicia de gusanos mortales, y fuera
condenado! ¡Que una Persona que es el Dios viviente y la fuente de vida fuera
ajusticiada! ¡Que una Persona que creó el mundo y da vida a todas sus criaturas
fuera ajusticiada por
sus propias criaturas! Que una
Persona de majestad y gloria infinita, y por lo tanto objeto de amor, alabanzas
y adoración de los ángeles, fuera objeto de burlas y escupidas por parte de los
hombres más viles. Que una Persona, infinitamente buena y que es el amor mismo,
sufriera las peores crueldades. Que una Persona que es infinitamente amada por
el Padre tuviera que sufrir una angustia inexpresable bajo la ira de su propio Padre.
Que él, que es Rey del cielo, que tiene al cielo como su trono y a la tierra
como el estrado debajo de sus pies, fuera sepultado en la prisión de una tumba.
¡Qué sobrecogedor es esto! No obstante este es el camino que la sabiduría de
Dios ha determinado como el camino de salvación para los pecadores, que no
considera inapropiado ni deshonroso para Cristo.
6.
LO ÚLTIMO REALIZADO PARA PROCURAR LA SALVACIÓN DE LOS
PECADORES
FUE LA EXALTACIÓN DE CRISTO.
La sabiduría divina consideró que era necesario, y muy
apropiado, que la misma Persona que murió en la cruz se sentara a la diestra
del Padre, en su propio trono, como Soberano supremo del mundo, y que tuviera específicamente
en sus manos todas las cosas relacionadas con la salvación del hombre, y que
fuera el Juez del mundo. Esto fue necesario porque el requisito era que la
misma Persona que compró la salvación fuera el que la concediera. Porque no
sería apropiado que Dios hiciera ninguna transacción misericordiosa con la
criatura caída de ninguna otra manera que por medio de un mediador. Esto es principalmente
para el fortalecimiento de la fe y el consuelo de los santos: que a Aquel que
ha soportado tanto para comprar la salvación para ellos, se le entreguen todas
las cosas en el cielo y en la tierra, para que conceda vida eterna a aquellos
para quienes la compró, y que esa misma persona que tanto los amó y derramó por
ellos su preciosa sangre fuera su Juez final.
Esto pues fue otra cosa llena de maravillas: que Aquel que
fue hombre al igual que Dios, que fue siervo y murió como un malhechor, fuera
hecho Señor soberano del cielo y de la tierra, de los ángeles y de los hombres;
el que determina absolutamente la vida o la muerte eterna; el Juez supremo de
todos los seres inteligentes creados para la eternidad; y que hubiera confiado
en sus manos el poder soberano de Dios el Padre, y que no solo como Dios, sino
como Dios-hombre, lo cual incluye una naturaleza
humana.
Es maravilloso pensar que una Persona que es realmente
divina se humillara al punto de convertirse en un siervo y sufriera como un malhechor,
y es igualmente maravilloso que el que es Dios-hombre, sin excluir su
naturaleza humana, fuera exaltado al poder y honor del gran Dios del cielo y la tierra. Pero semejantes maravillas como
estas son las que fueron programas y realizadas para que tuviéramos salvación.
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