} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: EL SEÑOR JESUCRISTO (1)

jueves, 19 de julio de 2018

EL SEÑOR JESUCRISTO (1)



“Se levantó una gran tempestad de viento, y echaba las olas en la barca, de tal manera que ya se anegaba. Y él estaba en la popa, durmiendo sobre un cabezal; y le despertaron, y le dijeron: Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos? Y levantándose, reprendió al viento, y dijo al mar: Calla, enmudece. Y cesó el viento, y se hizo grande bonanza. Y les dijo: ¿Por qué estáis así amedrentados? ¿Cómo no tenéis fe?”. Marcos 4:37-40



         Qué bueno sería que los cristianos profesantes de la época actual estudiáramos los cuatro Evangelios más de lo que lo hacemos. Sin duda que toda la Biblia es provechosa. No es sabio exaltar una parte de ella a expensas de las demás. Pero opino que sería bueno que algunos que están muy familiarizados con las epístolas supieran más acerca de Mateo, Marcos, Lucas y Juan.
¿Por qué digo esto? Quiero que los cristianos profesantes sepamos más acerca de Jesús.
Es bueno conocer todas las doctrinas y los principios del cristianismo. Pero es mucho mejor todavía conocer a Cristo mismo. Es bueno estar familiarizado con la fe, la gracia, la justificación y la santificación. Estos son asuntos “relacionados con el Rey”. Pero es mucho mejor estar familiarizado con Jesús mismo, ver al Rey cara a cara y contemplar su hermosura. Éste es el secreto de una santidad innegable.

El que anhela conformarse a la imagen de Cristo y parecerse más a Cristo, tiene que estudiar constantemente a Cristo mismo.
Los Evangelios fueron escritos precisamente para que conociéramos a Cristo. El Espíritu Santo nos ha contado cuatro veces la historia de su vida y su muerte, lo que dijo y lo que hizo. Cuatro manos diferentes e inspiradas nos han dibujado al Salvador. Sus métodos, sus costumbres, sus sentimientos, su sabiduría, su gracia, su paciencia, su amor y su poder son narrados por gracia, a través de la pluma de cuatro testigos diferentes. ¿Acaso no deben las ovejas estar familiarizadas con el Pastor? ¿No debe el paciente estar familiarizado con el Médico? ¿No debe la novia estar familiarizada con el Novio? ¿No debe el pecador estar familiarizado con el Salvador? No cabe duda que sí.
Los Evangelios fueron escritos para familiarizar a todos con Cristo y es por eso que quisiera que todos estudiaramos los Evangelios.
¿Sobre quién debemos edificar nuestras almas si queremos ser aceptados por Dios?
Tenemos que ser edificados sobre la Roca, Cristo. ¿De quién hemos de obtener la gracia del Espíritu si vamos a dar fruto? Tenemos que nutrirnos de Cristo, la Vid. ¿A quién hemos de recurrir para ser consolados cuando nos fallan o perdemos a nuestros amigos terrenales? Tenemos que recurrir a Cristo, nuestro Hermano mayor. ¿A quién debemos elevar nuestras oraciones para ser oídos en lo Alto? Tienen que ser elevadas a Cristo, nuestro Abogado. ¿Con quién esperamos pasar los mil años de gloria y luego la eternidad?
Con Cristo, el Rey de reyes. ¡No cabe la menor duda que nunca nos sería posible conocer a este Cristo demasiado bien!
No cabe duda que no hay una palabra, ni una obra, ni un día, ni un paso, ni un pensamiento en el registro de su vida, que no nos debe ser preciado.
Tenemos que esforzarnos por familiarizarnos con cada línea escrita acerca de Jesús.
Acerquémonos  y estudiemos una página en la historia de nuestro Maestro. Reflexionemos en lo que podemos aprender de los versículos de las Escrituras que encabezan este capítulo.
 Vemos allí a Jesús cruzando el mar de Galilea en una embarcación con sus discípulos. Vemos que mientras él duerme, de pronto se levanta una tormenta. Las olas embisten la barca y la llenan. La muerte parece inminente. Los asustados discípulos despiertan a su Maestro y claman a él. Él se levanta, reprende al viento y a las olas e, inmediatamente, reina la calma. Luego procede a reprobar el temor de sus compañeros por falta de fe y, después, todo ha pasado. Ésta es la escena. Está repleta de profunda
instrucción. Pues bien, examinemos ahora lo que tiene la intención de que aprendamos:

I. Seguir a Cristo no previene las aflicciones terrenales
Aprendamos, en primer lugar, que seguir a Cristo no previene nuestras aflicciones y angustias terrenales.
Aquí están los discípulos escogidos por el Señor Jesús sintiéndose muy angustiados.
El Pastor dejó que se angustiara la manada pequeña que creyó en él cuando los sacerdotes, escribas y fariseos no lo hicieron. El miedo a la muerte irrumpe sobre ellos como un hombre armado. Parece muy posible que las aguas profundas aneguen sus almas. Pedro, Santiago y Juan, columnas de la Iglesia a punto de ser levantadas en el mundo, están muy afligidos.
Quizá ellos no contaban con encontrarse en esta situación. Tal vez habían pensado que servir a Cristo los iba a proteger de las pruebas terrenales. Probablemente habían supuesto que Aquel que podía resucitar a los muertos, sanar a los enfermos, dar de comer a una multitud con unos pocos panecillos y ahuyentar a los demonios con una palabra, no dejaría que sus siervos sufrieran en la tierra. Puede ser que supusieron que siempre les concedería un peregrinaje tranquilo, buen clima, una trayectoria fácil y libertad de las pruebas y preocupaciones.
Si eso pensaban los discípulos, se equivocaban por mucho. El Señor Jesús les enseñó que alguien puede ser uno de sus siervos escogidos y, no obstante, pasar por muchas ansiedades y soportar muchos dolores.
Es provechoso comprender esto con claridad. Es provechoso comprender que servir a Cristo nunca eximió a nadie de los males que la carne hereda, ni tampoco eximirá de ellos a nadie. Si usted es creyente tiene que saber que mientras esté en el cuerpo tendrá su porción de enfermedades y dolores, de sufrimientos y lágrimas, de pérdidas y cruces, de muertes y pesares, de despedidas y separaciones y de disgustos y desencantos. Cristo
nunca se comprometió a que usted llegue al cielo sin esto. Se encarga de que todo aquel que venga a él tendrá todas las cosas relacionadas con la vida y la santidad, pero nunca se responsabilizó de darle prosperidad, ni riqueza, ni buena salud ni de eximir a su familia de la muerte y la aflicción.
Tengo el privilegio de ser uno de los embajadores de Cristo. En su nombre puedo ofrecer vida eterna a cualquier hombre, mujer o niño que esté dispuesto a aceptarla. En su nombre ofrezco perdón, paz, gracia y gloria a cualquier hijo o hija de Adán que lee estas líneas. Pero no me atrevería a ofrecer a nadie prosperidad en este mundo como parte del paquete del evangelio. No me atrevería a prometer mayores ingresos ni libertad del dolor. No me atrevería a ofrecerle al que toma su cruz y sigue a Cristo que, por seguirle, nunca tendrá que pasar por una tormenta.

Sé que a muchos no les gustan estas condiciones. Preferirían tener a Cristo y buena salud, a Cristo y mucho dinero, a Cristo y ningún fallecimiento en su familia, a Cristo y ningún problema agotador, a Cristo y una mañana perpetua sin nubarrones. Pero no les gusta tener a Cristo y la cruz, a Cristo y las tribulaciones, a Cristo y los conflictos, a
Cristo y los vientos huracanados, a Cristo y las tempestades.
¿Es éste el pensamiento secreto de alguno que lee este escrito? Créame que si lo es, está muy equivocado. Preste atención y procuraré mostrarle que tiene mucho que aprender.
¿Cómo podríamos saber quiénes son verdaderos cristianos, si seguir a Cristo fuera no tener ningún problema? ¿Cómo discerniríamos entre el trigo y la cizaña, si no fuera por el discernimiento que dan las pruebas? ¿Cómo sabríamos si los hombres sirven a Cristo por su bondad o por motivos egoístas, si servirle diera automáticamente salud y riquezas?
Los vientos del invierno nos muestran cuáles árboles son siempre verdes y cuáles no. Las tempestades de aflicciones y preocupaciones son provechosas de esa misma manera.
Muestran al hombre cuya fe es real y a aquel que sólo es de nombre.
¿Cómo podría marchar adelante la gran obra de santificación, si el hombre no tuviera pruebas? Las penas son, a menudo, el único fuego que puede quemar la escoria que se aferra a nuestros corazones. Las pruebas son la herramienta podadora que el gran Agricultor emplea a fin de que seamos fértiles en buenas obras. Los plantíos del campo del Señor, rara vez, maduran únicamente con sol; tienen que pasar por días de viento, lluvia y tormentas.

Si usted anhela servir a Cristo y ser salvo, le ruego que lo acepte en sus propios términos. Decídase a cargar su porción de cruces y aflicciones, y entonces, no lo tomarán de sorpresa. Por no comprender esto, muchos al parecer andan bien por un tiempo y luego se apartan disgustados y son echados fuera.
Si usted profesa ser hijo de Dios, deje que el Señor Jesús lo santifique a su manera.
Quédese tranquilo sabiendo que él nunca comete errores. Tenga por seguro que él hace bien todas las cosas. Puede que los ventarrones bramen a su alrededor y las aguas parezcan anegarle. Pero no tema, él lo guiará a usted como lo hizo con su pueblo: “Los dirigió por camino derecho, para que viniesen a ciudad habitable” (Sal. 107:7).

CONTINUARÁ…

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