“Se levantó una
gran tempestad de viento, y echaba las olas en la barca, de tal manera que ya
se anegaba. Y él estaba en la popa, durmiendo sobre un cabezal; y le despertaron,
y le dijeron: Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos? Y levantándose,
reprendió al viento, y dijo al mar: Calla, enmudece. Y cesó el viento, y se
hizo grande bonanza. Y les dijo: ¿Por qué estáis así amedrentados? ¿Cómo no
tenéis fe?”. Marcos 4:37-40
Qué bueno sería que los cristianos profesantes de la época actual estudiáramos los cuatro Evangelios
más de lo que lo hacemos. Sin duda que
toda la Biblia es provechosa. No es sabio exaltar una parte de ella a expensas
de las demás. Pero opino que sería bueno que algunos que están muy
familiarizados con las epístolas
supieran más acerca de Mateo, Marcos, Lucas y Juan.
¿Por qué digo esto? Quiero que los cristianos profesantes
sepamos más acerca de Jesús.
Es bueno conocer todas las doctrinas y los principios del
cristianismo. Pero es mucho mejor todavía conocer a Cristo mismo. Es bueno
estar familiarizado con la fe, la gracia, la justificación y la santificación.
Estos son asuntos “relacionados con el Rey”. Pero es mucho mejor estar
familiarizado con Jesús mismo, ver al Rey cara a cara y contemplar su
hermosura. Éste es el secreto de una santidad innegable.
El que anhela conformarse a la imagen de Cristo y parecerse
más a Cristo, tiene que estudiar constantemente a Cristo mismo.
Los Evangelios
fueron escritos precisamente para que
conociéramos a Cristo. El Espíritu Santo nos ha contado cuatro veces la
historia de su vida y su muerte, lo que dijo y lo que hizo. Cuatro manos
diferentes e inspiradas nos han dibujado al Salvador. Sus métodos, sus
costumbres, sus sentimientos, su sabiduría, su gracia, su paciencia, su amor y
su poder son narrados por gracia, a través de la pluma de cuatro testigos diferentes.
¿Acaso no deben las ovejas estar familiarizadas con el Pastor? ¿No debe el paciente
estar familiarizado con el Médico? ¿No debe la novia estar familiarizada con el
Novio? ¿No debe el pecador estar familiarizado con el Salvador? No cabe duda
que sí.
Los Evangelios
fueron escritos para familiarizar a todos
con Cristo y es por eso que quisiera que todos estudiaramos los Evangelios.
¿Sobre quién debemos edificar nuestras almas si queremos ser
aceptados por Dios?
Tenemos que ser edificados sobre la Roca, Cristo. ¿De quién hemos de obtener la
gracia del Espíritu si vamos a dar fruto? Tenemos que nutrirnos de Cristo, la Vid. ¿A quién hemos de recurrir para ser
consolados cuando nos fallan o perdemos a nuestros amigos terrenales? Tenemos que
recurrir a Cristo, nuestro Hermano mayor. ¿A quién debemos elevar nuestras
oraciones para ser oídos en lo Alto? Tienen que ser elevadas a Cristo, nuestro Abogado. ¿Con quién esperamos pasar los mil
años de gloria y luego la eternidad?
Con Cristo, el Rey
de reyes. ¡No cabe la menor
duda que nunca nos sería posible conocer a este Cristo demasiado bien!
No cabe duda que no hay una palabra, ni una obra, ni un día,
ni un paso, ni un pensamiento en el registro de su vida, que no nos debe ser preciado.
Tenemos que esforzarnos por familiarizarnos con cada línea
escrita acerca de Jesús.
Acerquémonos y
estudiemos una página en la historia de nuestro Maestro. Reflexionemos en lo
que podemos aprender de los versículos de las Escrituras que encabezan este capítulo.
Vemos allí a Jesús
cruzando el mar de Galilea en una embarcación con sus discípulos. Vemos que
mientras él duerme, de pronto se levanta una tormenta. Las olas embisten la
barca y la llenan. La muerte parece inminente. Los asustados discípulos despiertan
a su Maestro y claman a él. Él se levanta, reprende al viento y a las olas e, inmediatamente,
reina la calma. Luego procede a reprobar el temor de sus compañeros por falta
de fe y, después, todo ha pasado. Ésta es la escena. Está repleta de profunda
instrucción. Pues bien, examinemos ahora lo que tiene la
intención de que aprendamos:
I. Seguir a Cristo no previene las
aflicciones terrenales
Aprendamos, en primer lugar, que seguir a Cristo no previene
nuestras aflicciones y angustias terrenales.
Aquí están los discípulos escogidos por el Señor Jesús
sintiéndose muy angustiados.
El Pastor dejó que se angustiara la manada pequeña que creyó
en él cuando los sacerdotes, escribas y fariseos no lo hicieron. El miedo a la
muerte irrumpe sobre ellos como un hombre armado. Parece muy posible que las
aguas profundas aneguen sus almas. Pedro, Santiago y Juan, columnas de la
Iglesia a punto de ser levantadas en el mundo, están muy afligidos.
Quizá ellos no contaban con encontrarse en esta situación.
Tal vez habían pensado que servir a Cristo los iba a proteger de las pruebas terrenales.
Probablemente habían supuesto que Aquel que podía resucitar a los muertos,
sanar a los enfermos, dar de comer a una multitud con unos pocos panecillos y
ahuyentar a los demonios con una palabra, no dejaría que sus siervos sufrieran
en la tierra. Puede ser que supusieron que siempre les concedería un
peregrinaje tranquilo, buen clima, una trayectoria fácil y libertad de las
pruebas y preocupaciones.
Si eso pensaban los discípulos, se equivocaban por mucho. El
Señor Jesús les enseñó que alguien puede ser uno de sus siervos escogidos y, no
obstante, pasar por muchas ansiedades y soportar muchos dolores.
Es provechoso comprender esto con claridad. Es provechoso
comprender que servir a Cristo nunca eximió a nadie de los males que la carne
hereda, ni tampoco eximirá de ellos a nadie. Si usted es creyente tiene que
saber que mientras esté en el cuerpo tendrá su porción de enfermedades y
dolores, de sufrimientos y lágrimas, de pérdidas y cruces, de muertes y
pesares, de despedidas y separaciones y de disgustos y desencantos. Cristo
nunca se comprometió a que usted llegue al cielo sin esto.
Se encarga de que todo aquel que venga a él tendrá todas las cosas relacionadas
con la vida y la santidad, pero nunca se responsabilizó de darle prosperidad,
ni riqueza, ni buena salud ni de eximir a su familia de la muerte y la
aflicción.
Tengo el privilegio de ser uno de los embajadores de Cristo.
En su nombre puedo ofrecer vida eterna a cualquier hombre, mujer o niño que
esté dispuesto a aceptarla. En su nombre ofrezco perdón, paz, gracia y gloria a
cualquier hijo o hija de Adán que lee estas líneas. Pero no me atrevería a
ofrecer a nadie prosperidad en este mundo como parte del paquete del evangelio.
No me atrevería a prometer mayores ingresos ni libertad del dolor. No me
atrevería a ofrecerle al que toma su cruz y sigue a Cristo que, por seguirle,
nunca tendrá que pasar por una tormenta.
Sé que a muchos no les gustan estas condiciones. Preferirían
tener a Cristo y buena salud, a Cristo y mucho dinero, a Cristo y ningún
fallecimiento en su familia, a Cristo y ningún problema agotador, a Cristo y
una mañana perpetua sin nubarrones. Pero no les gusta tener a Cristo y la cruz,
a Cristo y las tribulaciones, a Cristo y los conflictos, a
Cristo y los vientos huracanados, a Cristo y las
tempestades.
¿Es éste el pensamiento secreto de alguno que lee este
escrito? Créame que si lo es, está muy equivocado. Preste atención y procuraré
mostrarle que tiene mucho que aprender.
¿Cómo podríamos saber quiénes son verdaderos cristianos, si
seguir a Cristo fuera no tener ningún problema? ¿Cómo discerniríamos entre el
trigo y la cizaña, si no fuera por el discernimiento que dan las pruebas? ¿Cómo
sabríamos si los hombres sirven a Cristo por
su bondad o por motivos egoístas,
si servirle diera automáticamente salud y riquezas?
Los vientos del invierno nos muestran cuáles árboles son
siempre verdes y cuáles no. Las tempestades de aflicciones y preocupaciones son
provechosas de esa misma manera.
Muestran al hombre cuya fe es real y a aquel que sólo es de
nombre.
¿Cómo podría marchar adelante la gran obra de santificación,
si el hombre no tuviera pruebas? Las penas son, a menudo, el único fuego que
puede quemar la escoria que se aferra a nuestros corazones. Las pruebas son la
herramienta podadora que el gran Agricultor emplea a fin de que seamos fértiles
en buenas obras. Los plantíos del campo del Señor, rara vez, maduran únicamente
con sol; tienen que pasar por días de viento, lluvia y tormentas.
Si usted anhela servir a Cristo y ser salvo, le ruego que lo
acepte en sus propios términos. Decídase a cargar su porción de cruces y
aflicciones, y entonces, no lo tomarán de sorpresa. Por no comprender esto,
muchos al parecer andan bien por un tiempo y luego se apartan disgustados y son
echados fuera.
Si usted profesa ser hijo de Dios, deje que el Señor Jesús
lo santifique a su manera.
Quédese tranquilo sabiendo que él nunca comete errores. Tenga
por seguro que él hace bien todas las cosas. Puede que los ventarrones bramen a
su alrededor y las aguas parezcan anegarle. Pero no tema, él lo guiará a usted
como lo hizo con su pueblo: “Los dirigió por camino derecho, para que viniesen
a ciudad habitable” (Sal. 107:7).
CONTINUARÁ…
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