La necesidad de arrepentimiento
¿Por qué es el
arrepentimiento bíblico la necesidad de este momento?
Porque vivimos
en una época en que la mayoría de los líderes religiosos realmente niegan la
necesidad de arrepentimiento. Si es que lo predican, lo debilitan como el
presidente de un seminario que dijo que el arrepentimiento no significa más que
“un caballero decirle a Dios que lamenta haber hecho lo que hizo”. Otros dicen
que el arrepentimiento es únicamente para los judíos y no para nosotros en la
actualidad. Algunos dicen que el arrepentimiento es sólo para los hijos de Dios
y que no tiene nada que ver con los pecadores perdidos, mientras que otros predican
justo lo contrario: ¡dicen que el arrepentimiento es sólo para pecadores
perdidos pero no para los hijos de Dios! ¡Y aún otros afirman que el
arrepentimiento es meramente una forma de obras y que ningún grupo lo necesita!
Por lo tanto, mi propósito es refutar estos errores fatales que están engañando
a las almas preciosas para su destrucción eterna.
Ahora escuchemos
el testimonio de la Palabra de Dios. Veamos las palabras de nuestro Señor
Jesucristo en Lucas 13:3 y 5: “Antes si no os arrepentís, todos
pereceréis igualmente”. Lo que está diciendo es esto: “A
menos que renunciéis a vuestras armas de rebelión contra Dios, moriréis en el infierno
porque permanecéis bajo la ira de Dios. ¡Confesad vuestros pecados y no los
cometáis más o moriréis para siempre!”
Por lo tanto,
para empezar, tengo que presentar el efecto del pecado sobre la raza humana,
especialmente sobre ti y sobre mí. ¿Qué es el pecado?
Pecado, su definición:
La palabra pecado significa “errar al blanco”. 1 Juan 5:17 declara que “toda
injusticia es pecado; pero hay pecado no de muerte”; esto significa cualquier cosa que no está en
armonía con el carácter justo y recto de Dios.
1 Juan 3:4 nos
dice que pecado es quebrantar la ley de Dios, lo cual es la violación de la
voluntad revelada de Dios. Estas definiciones bíblicas ponen en claro que pecado
es todo pensamiento, palabra, actitud y acción que son contrarios a la
revelación del carácter y la voluntad de Dios presentados en su Palabra.
En esencia, el
pecado es rebelión contra Dios. Esto
significa creer que tenemos el derecho de hacer con nuestra vida lo que nos da
la gana y de actuar independientemente de Dios y de su santa ley. Como dice el apóstol
Juan: “Todo aquel que comete pecado, infringe
también la ley; pues el pecado es infracción de la ley” (1 Juan 3:4). De hecho, el pecado es una manera de
decirle a Dios: “No te metas con mi vida; no te necesito”.
Pecado: sus serias consecuencias
La doctrina del
efecto del pecado sobre ti y sobre mí y sobre toda la raza humana es muy
seria. Así como ningún corazón lo puede concebir apropiadamente, así la
boca no puede expresar adecuadamente el estado de perdición y ruina que el
pecado ha causado al hombre culpable y desdichado. Te preguntas: “¿Qué ha
hecho?” ¡Oh, mi amigo, nos ha separado de Dios! ¡Ha desfigurado y arruinado
nuestro cuerpo, alma y espíritu! El pecado ha llenado nuestro cuerpo de
enfermedades y dolencias. El pecado ha desfigurado la imagen de Dios en nuestra
alma.
¡El pecado ha
cortado nuestra comunión con él quien nos hizo a su propia imagen moral! El
pecado ha hecho que por naturaleza tú y yo seamos amantes del pecado y
aborrecedores de Dios, quien es el único bien. ¡Sí, es cosa muy seria
considerar el pecado a la luz de la Palabra de Dios, ver lo que le ha hecho al
hombre, a Dios y su Cristo, y a la creación de Dios! El pecado nos ha desligado
de Dios y ha abierto las puertas del infierno. Es serio porque el pecado le ha
costado al hombre su bien más precioso –su alma imperecedera.
Pecado: humillante para el hombre
Además, la
doctrina del pecado revelada en la Palabra de Dios es una muy humillante.
¿Por qué? Porque la Biblia no nos presenta meramente como ignorantes y necesitados
de enseñanza. Ni nos presenta como débiles y necesitados de un tónico. En
cambio, revela que tú y yo estamos espiritualmente muertos y que carecemos de cualquier
justicia y rectitud que nos dé algún mérito ante Dios.
Esto significa
que espiritualmente carecemos de fuerza, somos totalmente incapaces de mejorarnos
a nosotros mismos, estamos expuestos a la ira de Dios y no podemos realizar ni
una obra que sea aceptable para un Dios santo (Rom. 3:10-18).
La imposibilidad
de que alguno pueda ganarse la aprobación de Dios por medio de sus propias
obras resulta claro en el caso del joven rico que se acercó a Jesús (Mat. 19). Cuando juzgamos a este joven según las
normas humanas, consideramos que era un modelo de virtudes y de logros
religiosos. Pero, como tantos otros que confían en sus propios esfuerzos y su
propia justicia, desconocía la espiritualidad y lo estricto de la ley de Dios.
Cuando Cristo le mostró la codicia de su corazón, se fue triste, porque poseía
muchos bienes. Era humillante descubrir que sus mejores estudios religiosos
no eran más que trapos de inmundicia al olfato de Dios (Isa. 64:6). Este joven no quiso confesar que su moralidad y que sus
mejores acciones no eran más que obras de tinieblas condenatorias por las que
necesitaba sentir pesar y a las que tenía que renunciar.
Pecado: nuestra naturaleza
¡Qué humillante
es descubrir que Dios requiere la verdad en lo íntimo (Sal. 51:6)! ¡Qué humillante es que no podamos
librarnos por nuestros propios medios del pecado en nuestro corazón y en
nuestra mente! Qué humillante es que nosotros, al igual que todos los
demás, tenemos que comparecer ante Dios como pecadores y declararnos culpables
ante él. No queremos confesar que somos pecadores – perdidos,
descarriados, indefensos y culpables-- ante Dios. ¡El moral y farisaico
no quiere confesar que está en la misma situación ante Dios que el
violador, la prostituta y el borracho! No obstante, somos pecadores por
naturaleza y en la práctica.
No podemos
librarnos del pecado por medio de una resolución, una orden, un sacrificio ni
por medio de apartarnos totalmente del mundo, porque es nuestra naturaleza.
Jeremías 13:23 dice: “¿Mudará
el etíope su piel, y el leopardo sus manchas? Así también, ¿podréis vosotros hacer
bien, estando habituados a hacer mal?”
Este hecho
humilló al apóstol Pablo. Lo llevó a arrepentirse y confesar que ante Dios era
un pecador merecedor del infierno. En Romanos 7 nos cuenta que en una época vivía
sin la ley; pero que cuando conoció el mandamiento de que no debía codiciar, se
llenó de codicia. Comprendió que era carnal (dado a los placeres sensuales) que
se había vendido al pecado.
Confesó que era
humillante enterarse de que lo que quería hacer –vivir justa y
rectamente-- no podía hacer. Y lo que no quería hacer –pecar contra
un Dios santo, recto y justo—eso es lo que hacía. Confesó tener la voluntad
de hacer lo bueno, pero no el poder para hacerlo. Su voluntad estaba
depravada, y su naturaleza pecaminosa lo tenía cautivo: “Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago”
(Rom. 7:19). Por más que luchaba contra él, que
tomaba resoluciones contra él, que lo denunciaba y que hacía todo lo que podía en
su contra –no se podía librar de él.
De la misma
manera, nos sentimos humillados cuando, por el poder iluminador del Espíritu de
Dios, vemos el terrible poder del pecado en nuestra vida.
Pecado: cómo ve Dios nuestro corazón
¡La Biblia
declara que el efecto del pecado sobre el hombre es tal que nuestro corazón
es comparable a algunas de las cosas más repugnantes que nos podamos
imaginar! Se vale de estas descripciones para mostrarnos cómo considera Dios
nuestros pecados.
¿Sabes que la
Palabra de Dios nos describe como gusanos? Lo hace en Job 25:4-6: “¿Cómo, pues,
se justificará el hombre para con Dios? ¿Y cómo será limpio el que nace de
mujer? He aquí que ni aun la misma luna será resplandeciente, ni las estrellas
son limpias delante de sus ojos; ¿Cuánto menos el hombre, que es un gusano, y
el hijo de hombre, también gusano?” Esta es la forma como Dios nos ve: en
proceso de putrefacción, fuera de Cristo.
Además, ¿sabías
que Dios nos describe en nuestra naturaleza depravada como una “podrida llaga”.
Así lo hace en Isaías 1:4-6:
“¡Oh
gente pecadora, pueblo cargado de maldad, generación de malignos, hijos
depravados! Dejaron a Jehová, provocaron a ira al Santo de Israel, se volvieron
atrás. ¿Por qué querréis ser castigados aún? _Todavía
os rebelaréis? Toda cabeza está enferma, y todo corazón doliente. Desde la
planta del pie hasta la cabeza no hay en él cosa sana, sino herida, hinchazón y
podrida llaga; no están curadas, ni vendadas, ni suavizadas con aceite.”
Las Escrituras
también muestran que el pecado ha hecho al hombre como bestias ignorantes y
estúpidas. Leemos en el Salmo 73:22: “Tan torpe era yo, que no entendía; era como una bestia
delante de ti”.
También leemos
en el Salmo 49:20:
“El hombre que está en honra y no entiende, semejante es a las bestias que
perecen”. Si todavía estás jugando con el pecado, condenas tu alma al
infierno. Y eres como las bestias que perecen, porque no entiendes.
Alguien me
podría decir: “¡Ésta no es una manera agradable de decir las cosas!” Lo sé,
pero es lo que dice la Palabra de Dios. Tenemos que despojarnos de todo nuestro
orgullo y fariseísmo y renunciar para siempre a querer algo en nosotros
que nos recomiende a Dios.
¡Qué cuadro del
hombre depravado! ¡Qué imagen de ti y de mí por naturaleza! Viéndonos en este
estado de putrefacción, Dios tiene que ordenar que nos arrepintamos.
Quiero razonar
contigo: Si no te ocupas de la eternidad y no piensas en el mundo venidero,
entonces de seguro la Palabra de Dios te retrata con exactitud en estas
descripciones. Eres como un gusano, como una llaga podrida y como una bestia
que perece. ¡Oh que supieras tu final (Deut. 32:29)
y, arrepentido, acudieras ya mismo a Dios, y te encomendaras a su misericordia
en Cristo! ¡Oh que te presentaras hoy ante el Dios Santo, humillándote ante él,
y clamando a él con verdadero arrepentimiento!
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